La Cenicienta
Autor original: Hermanos Grimm
Adaptado por Educrea
Había una vez, en un país lejano, una niña buena y dulce llamada Cenicienta. Vivía con su padre, un hombre amable, y su madre, que estaba muy enferma. Antes de partir al cielo, la mamá le dijo a su hija:
—Querida, sé siempre amable y generosa. Nunca estarás sola, porque el amor que te tengo vivirá contigo por siempre.
Después de su partida, Cenicienta visitaba cada día la tumba de su madre en el jardín. Llevaba flores, hablaba con ella y le pedía fuerzas para ser siempre buena.
Pasaron los meses. Llegó el invierno con su manto de nieve y luego la primavera, con sol y flores. Un día, su padre se volvió a casar con una mujer que tenía dos hijas. Aunque parecían encantadoras por fuera, por dentro eran frías y egoístas.
Apenas llegaron, comenzaron a tratar mal a Cenicienta.
—¡Tú no eres de nuestra familia! —decían las hermanastras—. ¡Eres solo una sirvienta!
Le quitaron su cama, sus vestidos y la enviaron a dormir junto al fuego, en un rincón de la cocina. Siempre estaba manchada de cenizas, por eso comenzaron a llamarla “Cenicienta”.
Aun así, ella nunca dejó de ser amable. Cada día trabajaba desde muy temprano: cocinaba, limpiaba y ayudaba en todo lo que podía, sin quejarse.
Un día, el padre fue de viaje y preguntó a cada hija qué regalo quería.
—Un vestido nuevo —dijo una.
—Un collar brillante —dijo la otra.
—Papá, tráeme la primera rama que roce tu sombrero —pidió Cenicienta con una sonrisa tímida.
El padre regresó con los regalos, y a Cenicienta le entregó una ramita de avellano. Ella fue al jardín, la plantó junto a la tumba de su madre, y lloró con tanta ternura que del suelo creció un árbol mágico. Un pajarito blanco se posó en sus ramas, como si supiera que estaba allí para ayudarla.
Pasó el tiempo, y un día, el Rey anunció tres grandes bailes en el palacio. Su hijo, el joven príncipe, debía escoger a su futura esposa. Todas las jóvenes del reino estaban invitadas.
Las hermanastras se alistaron emocionadas. Mientras tanto, Cenicienta suspiraba en silencio.
—¿Puedo ir? —preguntó a su madrastra.
—¿Tú? ¿Con esa ropa sucia? —respondió burlona—. Si logras separar las lentejas de la ceniza antes de una hora, puedes intentarlo.
Cenicienta corrió al jardín y susurró:
—Palomas tiernas, tórtolas amigas, ayúdenme, por favor.
Y como si entendieran su buen corazón, las aves bajaron del cielo y, una a una, separaron las lentejas. ¡En menos de media hora, la tarea estaba lista!
Pero la madrastra no cumplió su palabra:
—No importa. No tienes vestido. No puedes ir.
Triste pero con esperanza, Cenicienta fue al árbol mágico y dijo:
—Arbolito querido, dame un vestido hermoso, por favor.
Entonces el pajarito dejó caer un vestido brillante como el sol y unos zapatos de seda y plata. Cenicienta se transformó. Se veía tan radiante, que cuando llegó al baile, nadie la reconoció.
El príncipe la vio entrar y no pudo apartar los ojos de ella. Bailó solo con Cenicienta, encantado por su bondad y dulzura. Al llegar la medianoche, ella se despidió y salió corriendo, antes de que alguien pudiera seguirla.
Lo mismo sucedió la segunda noche. Esta vez, el vestido era aún más hermoso. El príncipe intentó seguirla, pero ella se perdió en el jardín.
La tercera noche, el príncipe preparó una trampa: colocó una sustancia suave en las escaleras del palacio. Cenicienta, al correr, dejó uno de sus zapatos.
Con el corazón lleno de esperanza, el príncipe fue casa por casa probando el zapato a todas las jóvenes del reino.
Cuando llegó a la casa de Cenicienta, las hermanastras intentaron ponérselo, pero no les calzaba. Entonces, ella dijo suavemente:
—¿Puedo probarlo yo?
Y, para sorpresa de todos, el zapato le quedó perfecto. El príncipe la reconoció y se llenó de alegría.
—¡Tú eres la joven del baile! —exclamó feliz.
Desde entonces, Cenicienta vivió en el palacio. Nunca olvidó quién era ni de dónde venía. Siempre fue amable con todos, y su corazón generoso fue lo que la hizo verdaderamente especial.
🌟 Y así termina nuestra historia...
La bondad, la paciencia y la esperanza siempre encuentran su camino.
💬 Preguntas para conversar en familia:
- ¿Qué parte del cuento te hizo sentir feliz o triste? ¿Por qué?
- ¿Qué hubieras hecho tú si fueras el pajarito que ayudó a Cenicienta?
- ¿Qué significa para ti “ser bueno” como Cenicienta? ¿Se te ocurre un ejemplo en casa o en la escuela?
