La Bella Durmiente del Bosque

Autor original: Hermanos Grimm

Adaptado por Educrea                                  


Había una vez, en un reino rodeado de verdes montañas y ríos brillantes, un rey y una reina que soñaban con tener un hijo. Cada mañana al despertar, la reina miraba al cielo y decía con una sonrisa:

—Ojalá tengamos un bebé al que amar con todo el corazón.


Un día, mientras la reina paseaba por el bosque, una rana muy sabia saltó sobre una piedra y le dijo con una voz clara y mágica:

—Querida reina, pronto tendrás una hijita. ¡Y será muy especial!


Y así fue. Al poco tiempo, nació una hermosa niña que iluminó todo el palacio con su ternura. El rey, tan feliz, organizó una gran fiesta e invitó a sus amigos, familiares y a las hadas del reino, quienes eran conocidas por regalar dones maravillosos.


Había trece hadas, pero solo doce platos de oro en el banquete. Así que, con mucha pena, no pudieron invitar a una de ellas. Durante la fiesta, cada hada se acercó a la cuna de la princesa y le regaló un don mágico:

Una le dio sabiduría, otra alegría, otra dulzura... hasta que once dones llenaron su corazón.


Pero justo entonces, apareció la decimotercera hada, la que no había sido invitada. Estaba triste y un poco enojada. Sin saludar, dijo en voz alta:

—Cuando esta niña cumpla quince años, se pinchará el dedo con un huso y caerá en un sueño muy profundo.


Y sin decir más, desapareció como el viento. Todos se quedaron en silencio. Pero aún faltaba una hada por hablar: la número doce. Con mucho amor y esperanza, se acercó a la cuna y dijo:

—No te preocupes, mi pequeña. No morirás. Solo dormirás... por cien años. Y al final de ese sueño, alguien de buen corazón vendrá a despertarte.


El rey, decidido a proteger a su hija, ordenó que se retiraran todos los husos del reino. Y así, la princesa fue creciendo, llena de amor, curiosidad y belleza. Todos la querían mucho porque era amable con todos, desde el cocinero hasta los pajaritos del jardín.


El día que cumplió quince años, la princesa caminó sola por el castillo, descubriendo rincones que nunca había visto. Subió por una escalera muy antigua y encontró una puerta. Al abrirla, vio a una ancianita que hilaba con un huso brillante.

—Hola, abuelita —dijo la princesa—. ¿Qué estás haciendo?

—Estoy hilando lana, querida. ¿Quieres intentarlo?


La princesa tomó el huso con curiosidad, y al tocarlo... ¡ay! Se pinchó el dedo. En ese instante, como si el tiempo se detuviera, la princesa se durmió suavemente, como si estuviera en una nube.


Y no solo ella. Todo el castillo cayó en un profundo sueño: el rey y la reina en su trono, los cocineros en la cocina, los caballos en la cuadra y hasta las palomas en el tejado. El tiempo pareció detenerse por completo.


Afuera, comenzó a crecer un hermoso seto de rosales silvestres que con el paso de los años cubrió el castillo como una manta de flores.


Pasaron muchos, muchos años. Y la historia de la bella durmiente se convirtió en una leyenda que los abuelitos contaban a los niños antes de dormir.


Un día, un joven príncipe, curioso y valiente, escuchó esa historia. Y algo en su corazón le dijo que debía ir.

—Iré a ver si esa historia es real —dijo con decisión.


Cuando llegó al bosque, los rosales que eran espinosos para otros, se abrieron como si supieran que su corazón era puro. Caminó por el jardín dormido, pasó junto a los caballos soñadores y entró al castillo, donde todos seguían profundamente dormidos.


Subió las escaleras de la torre y allí, en una habitación silenciosa, vio a la princesa. Estaba tan tranquila, con una sonrisa en el rostro. El príncipe se acercó y, con mucha ternura, le dio un beso en la frente.


Y en ese mismo momento... ¡la princesa abrió los ojos!


Despertó llena de luz, como si el sol hubiera salido después de una larga noche. Sonrió al príncipe y juntos bajaron a ver cómo todos los del castillo despertaban también: el rey y la reina, los cocineros, los músicos, ¡hasta las palomas comenzaron a volar otra vez!


Y claro, como en todo buen cuento, la historia terminó con una gran boda, muchas flores, risas y canciones. La princesa y el príncipe vivieron felices, no porque todo fuera perfecto, sino porque aprendieron que el amor verdadero llega en el momento justo y que, a veces, dormir un poquito también puede ser parte de la magia.


🌟 Y así termina nuestra historia...

A veces la vida necesita pausas, que el amor verdadero despierta lo mejor de nosotros, y que la paciencia, como en el sueño de Rosa Silvestre, siempre tiene su recompensa.


💬 Preguntas para conversar en familia:

  1. ¿Cómo crees que se sintió la princesa al despertar después de tanto tiempo?
  2. ¿Qué harías tú si encontraras un castillo dormido lleno de gente?
  3. ¿Qué es para ti el “amor verdadero”? ¿Solo entre parejas o también con la familia y los amigos?