EL FLAUTISTA DE HAMELIN

Autor original: Hermanos Grimm

Adaptado por Educrea                                  


Había una vez un pequeño y colorido pueblo en el norte de Alemania llamado Hamelin. Allí vivían personas felices, rodeadas de casitas con techos rojos, flores en las ventanas y un río que cantaba al pasar. Pero un día... algo extraño comenzó a ocurrir.


¡Ratas! Sí, muchas ratas empezaron a aparecer por todas partes. Se colaban en las cocinas, mordisqueaban las ropas, robaban comida y correteaban por las plazas. ¡Ni los gatos podían detenerlas! La gente intentó de todo para sacarlas, pero parecía que las ratas se habían mudado a Hamelin para siempre.

 

Los vecinos estaban tan preocupados, que decidieron reunirse frente al edificio del alcalde. Todos gritaban al mismo tiempo:

—¡Queremos una solución! ¡No más ratas!

El alcalde, que era un hombre regordete con un gran bigote, no sabía qué hacer. Se rascó la cabeza y suspiró:

—¡Lo que daría por una buena idea que funcione!

 

En ese momento, se escucharon unos golpecitos suaves en la puerta. Cuando abrieron, todos se quedaron boquiabiertos.

 

Delante de ellos estaba un hombre alto y delgado, con una capa llena de colores brillantes como si estuviera hecha de retazos de arcoíris. En su cuello colgaba una flauta reluciente y sus ojos azules brillaban con un misterio encantador.

 

—Buenas tardes —dijo con voz tranquila—. He venido a ayudarlos. Soy el Flautista de Hamelin, y con mi música mágica puedo guiar a cualquier animal lejos del pueblo. Solo necesito que, si logro hacerlo, me paguen una recompensa justa.

 

—¡Sí, claro! —exclamó el alcalde—. ¡Te daremos lo que pidas si nos libras de esta pesadilla!

 

—¡Mil Florines! —dijo el Flautista—. Con mi experiencia lo lograré.

 

El flautista asintió con una sonrisa, caminó hasta el centro del pueblo y se llevó la flauta a los labios.

 

🎶 Tirirí, tirirí... 🎶

 

Una melodía alegre y extraña comenzó a flotar por las calles. Y entonces… ¡ocurrió lo increíble! Desde cada rincón, chimenea y rincón oscuro, ¡salieron las ratas! Cientos, miles, todas siguiendo la música como si estuvieran bailando. El flautista caminaba y las ratas lo seguían encantadas.

 

La música las llevó hasta el río, donde saltaron y nadaron lejos, muy lejos, siguiendo la melodía mágica hasta desaparecer.

 

Cuando la última ratita se fue, todo el pueblo estalló en alegría. Sonaron campanas, hubo abrazos, risas y bailes en la plaza. El pueblo estaba limpio, tranquilo y feliz de nuevo.

 

Pero cuando el flautista volvió al ayuntamiento a pedir su recompensa, el alcalde, que ahora estaba muy cómodo y contento, dijo:

 

—¿Pagar tanto? ¡Pero si solo tocaste la flauta un rato!

 

El flautista lo miró con tristeza. No le gustaba que lo engañaran

 

—¡Una promesa es una promesa! Ustedes juraron darme lo acordado.

 

—¡Bah! No vamos a darte nada —respondió el alcalde, cruzado de brazos—. ¡Y no insistas!

 

—¡Cuidado! —respondió el flautista, enojado—. ¡Te arrepentirás de tu falsa promesa!

 

El flautista no dijo nada más. Solo dio media vuelta, se colocó la flauta en los labios, y esta vez tocó una melodía muy distinta... suave, alegre y dulce como un juego.

 

Y entonces ocurrió algo aún más asombroso: los niños y niñas del pueblo comenzaron a seguir al flautista. No sabían por qué lo hacían, pero aquella melodía los envolvía con una fuerza misteriosa. Se sentían curiosos, felices y llenos de sueños. Como hipnotizados por las notas, caminaron tras él hasta llegar a una cueva escondida entre las montañas. Todos, menos uno: un niño cojo que, incapaz de seguir el ritmo del grupo, se detuvo en la entrada del pueblo y vio cómo los demás desaparecían entre la bruma, y dio la mala noticia a todos.

 

Después de un rato, el flautista regresó al pueblo, gritó: — ¡Los niños están sanos y salvos en un lugar secreto! —les tranquilizó—. Pero no regresarán hasta que me paguen los florines que me deben.

 

Entonces el Alcalde, totalmente avergonzado, le ofreció lo que le debía y 1.000 florines más a cambio de los niños.

 

– Si desde el comienzo hubieran cumplido con vuestra palabra, nada de esto hubiera ocurrido.

 

El flautista volvió a tocar su flauta, y esta vez para que los niños regresaran con sus familias. El alcalde de aquel lugar, por su parte, aprendió muy bien la lección y no volvió a mentir nunca más.

 

Y así, el Flautista de Hamelin siguió su camino, dejando una enseñanza en cada lugar al que iba.

 

🌟 Y así termina nuestra historia...

Si algo hemos aprendido, es que las promesas valen tanto como la palabra que damos... ¡y cumplirlas es lo que nos hace grandes!

 

💬 Preguntas para conversar en familia:

  1. ¿Por qué crees que es importante cumplir las promesas, incluso cuando ya no parece necesario?
  2.  ¿Qué crees que sintió el niño que no pudo seguir a los demás?
  3.  ¿Qué crees que tenía la música del flautista que hacía que todos quisieran seguirlo?