El gato con botas

Autor original: Hermanos Grimm

Adaptado por Educrea                                  


                               

Érase una vez, en un pequeño molino al borde del bosque, un molinero que vivía con sus tres hijos, un asno trabajador y un gato muy astuto. El molino estaba siempre lleno del olor a harina, del ruido alegre del agua moviendo la rueda y de las risas de los hermanos mientras ayudaban a su padre.


Cuando el molinero falleció, los hijos debieron repartirse lo poco que había dejado. El mayor recibió el molino. El segundo heredó el asno. Y al más joven… le tocó el gato. Nada más.


El muchacho se sintió desanimado.


—¿Qué haré yo con un gato? —pensó, mirando sus manos vacías—. Mis hermanos podrán trabajar, pero yo… ¿qué podré hacer ahora?


El gato, que era mucho más listo de lo que parecía, se acercó moviendo la cola y lo miró con unos ojos brillantes y llenos de confianza.


—No te preocupes, amo mío —dijo con voz suave y segura—. No necesitas hacer guantes con mi piel ni nada parecido. Solo encárgame un par de botas… y déjame ayudarte.


El joven quedó tan sorprendido como si hubiera escuchado hablar a un árbol. ¡Un gato que hablaba!


Pero en vez de asustarse, decidió creer en él. Justo pasaba por allí un zapatero, así que le mandó hacer unas botas especiales para el gato.


Cuando estuvieron listas, el gato se las calzó con elegancia, tomó un saco y salió caminando sobre dos patas, como si fuera una persona importante.


—Verás que pronto todo cambiará —dijo antes de partir.


En aquel reino vivía un rey al que le encantaban las perdices, pero hacía tanto tiempo que nadie lograba cazar una, que casi habían olvidado su sabor. El gato conocía muy bien los bosques y los hábitos de esos pájaros, así que se dirigió hacia allá decidido a capturarlos sin causarles daño innecesario.


Preparó una trampa sencilla con el saco y un poco de grano. Se escondió con paciencia, respirando lento. Al poco tiempo, las perdices se fueron acercando, atraídas por la comida. Cuando estuvieron dentro del saco, el gato lo cerró rápidamente y, con mucho cuidado, llevó su regalo al palacio.


Los guardias se sorprendieron al ver a un gato tan bien vestido.


—¿Adónde vas, minino? —preguntaron.


—A ver al rey —respondió el gato con firmeza.


Intrigados, lo dejaron pasar.


El gato hizo una reverencia elegante y habló:


—Mi señor, el conde de Carabás —dijo, inventando un nombre que sonaba muy importante—, le envía estas perdices en señal de respeto.


El rey quedó maravillado.


—¡Qué animales tan hermosos! —dijo emocionado—. Llévate todo este oro para tu amo y dale mis más profundas gracias.


El gato regresó con su dueño, que estaba triste, sentado junto a la ventana.


—Aquí tienes, amo mío —dijo el gato, vaciando el saco lleno de monedas—. Te lo envía el rey. Y esto… es solo el comienzo.


El joven no podía creerlo. ¡Un simple gato había conseguido todo aquello!


Con el paso de los días, el gato siguió llevando regalos al rey en nombre del "conde de Carabás". El rey comenzó a apreciar tanto al gato que le permitió entrar en el palacio cuando quisiera.


Una mañana, el gato escuchó al cochero del rey quejarse porque debía llevar al rey y a la princesa a pasear al lago. El gato vio en esto una oportunidad. Corrió a buscar a su amo.


—Amo mío —dijo con entusiasmo—, si deseas cambiar tu suerte para siempre, ven conmigo al lago.


El joven aceptó, confiando plenamente en él.


Cuando estuvieron junto al agua, el gato le pidió que se bañara. Mientras su amo nadaba, el gato escondió su ropa. Cuando el carruaje del rey apareció, el gato comenzó a gritar con dramatismo, aunque sin causar miedo:


—¡Auxilio, rey bondadoso! ¡Un ladrón se ha llevado la ropa de mi amo mientras se bañaba!


El rey, que ya apreciaba al supuesto "conde de Carabás", ordenó traer ropa elegante de su propio guardarropa. La princesa sonrió al ver al joven, pues era amable y sencillo.

—Podemos llevarlo con nosotros —dijo ella.


Y así lo hicieron.


Mientras viajaban, el gato corrió adelante y fue encontrándose con personas que trabajaban en los campos del temido mago del reino.


Con voz firme pero sin amenazas, les pidió:


—Cuando el rey pregunte de quién son estas tierras, digan que pertenecen al conde de Carabás. Confíen en mí. Les aseguro que todo saldrá bien.


La gente, impresionada por aquel gato tan extraordinario, aceptó.


Finalmente, el gato llegó al castillo del mago, un hombre muy poderoso… pero también muy presumido.


—He oído decir que puedes transformarte en grandes y fuertes animales —dijo el gato, fingiendo admiración—. No sé si creerlo. ¿Podrías mostrarme algo?


El mago, orgulloso, se transformó en un enorme león. Luego en un gigante elefante.


El gato lo aplaudió con emoción fingida.


—Impresionante. Aunque… supongo que transformarte en algo pequeño, como un ratón, debe ser imposible.


El mago rió confiado.


—¡Bah! Eso es facilísimo —y se convirtió en un pequeño ratón café.


En ese instante, el gato lo atrapó suavemente con sus patas y lo sacó del castillo, alejando así el peligro sin lastimarlo. El mago huyó despavorido al bosque y nunca más volvió.


Poco después llegó el rey, maravillándose de las grandes tierras y del precioso castillo que —según todos— pertenecían al joven conde de Carabás.


El príncipe y la princesa se hicieron grandes amigos, se enamoraron con el tiempo y vivieron felices. El joven se convirtió en conde de verdad… y más tarde, en rey.


¿Y el gato?


El gato con botas fue nombrado su consejero principal. Y vivió rodeado de cariño, comida deliciosa y muchas aventuras más.

 

🌟 Y así termina nuestra historia...

La astucia, la creatividad y la confianza pueden abrir caminos que parecen imposibles.

 

💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:

1.   ¿Por qué crees que el gato decidió ayudar a su amo en vez de dejarlo?

 2.   ¿Qué cualidad del gato te llamó más la atención: su valentía, su inteligencia o su creatividad?

 3.   ¿Crees que todos tenemos alguna habilidad especial como el gato? ¿Cuál sería la tuya?