Ricitos de oroAutor original: anónimoAdaptado por Educrea
Había una vez una niña de cabello dorado, tan rizado y brillante, que todos la llamaban Ricitos de Oro. Vivía cerca de un bosque lleno de árboles altos, flores pequeñas que asomaban entre la hierba y pajaritos que cantaban desde muy temprano. Una tarde soleada, Ricitos de Oro salió a caminar. Le gustaba oler las flores, escuchar el canto de los pájaros y seguir los rayos de luz que se colaban entre las ramas. —Solo un poquito más —se dijo—. Camino un rato y luego vuelvo a casa. Mientras caminaba, vio algo que no había visto nunca: una cabaña muy bonita entre los árboles. Tenía una chimenea pequeña, ventanas con cortinas de cuadros y una puerta de madera clara. Ricitos de Oro sintió mucha curiosidad. —¿Quién vivirá aquí? —pensó. Se acercó despacio. Tocó la puerta con suavidad. Tok, tok… Nadie respondió. Empujó un poquito y la puerta se abrió. —¿Hola? —llamó—. ¿Hay alguien? Como no escuchó respuesta, dio un paso adentro, con el corazón latiéndole un poco más rápido. La casa era acogedora. Olía a algo rico, a leche caliente con miel. En una mesa redonda había tres tazones: uno grande, uno mediano y uno muy pequeñito. Los tres humeaban todavía. Ricitos de Oro tenía hambre después de tanto caminar. Primero probó el tazón grande. —¡Ay, está demasiado caliente! —dijo, haciendo una mueca. Luego probó el mediano. —Mmm… este sigue un poquito caliente —susurró, soplando con cuidado. Por último, probó el tazón pequeñito. —¡Este está justo como me gusta! Ni muy frío, ni muy caliente. Sin darse cuenta, se tomó toda la leche con miel del tazón pequeño. —Solo fue un poquito… —dijo, algo avergonzada al ver el tazón vacío—. Luego puedo disculparme si aparece alguien. En la salita había tres sillas azules: una grande, una mediana y una pequeña. Ricitos de Oro decidió sentarse un momento. Se subió a la silla grande. —¡Uy, qué alta! Mis pies ni siquiera tocan el suelo —rió, bajándose. Probó la silla mediana. —Esta es muy ancha. Me siento como si me estuviera resbalando —comentó. Entonces se sentó en la silla pequeña. —Esta sí es cómoda… —sonrió. Pero se dejó caer con tanta fuerza que la silla crujió, se tambaleó y terminó rompiéndose. —¡Oh, no! —exclamó, llevándose las manos a la boca—. No quise hacerlo… solo me senté muy rápido. Sintiendo un poco de culpa, siguió explorando la casa. Llegó a una habitación con tres camas: una grande, una mediana y una pequeñita. Ricitos de Oro estaba cansada, así que decidió recostarse un instante. Se acostó en la cama grande. —Está muy dura… —dijo, moviéndose incómoda. Probó la cama mediana. —Esta también se siente un poco dura. Por último, se tumbó en la cama pequeña. —Aquí sí… es blandita y suave —susurró, cerrando los ojos. Sin darse cuenta, el cansancio la venció y se quedó profundamente dormida. Mientras tanto, los dueños de la casita regresaban de su paseo por el bosque. Era una familia de osos: el Oso grande, que era el papá; la Osa mediana, que era la mamá; y un Osito pequeño, curioso y alegre. Al entrar en la casa, el Oso grande miró la mesa. —Alguien probó mi leche —dijo sorprendido. La Osa mediana se acercó a su tazón. —Alguien probó mi leche también. El Osito pequeño miró su tazón y abrió mucho los ojos. —¡Y alguien se tomó toda mi leche! —dijo con voz temblorosa. El papá Oso le acarició la cabeza. —Tranquilo, pequeño. Podemos preparar más. Vamos a ver qué pasó. Fueron a la salita. —Alguien se ha sentado en mi silla —dijo el Oso grande. —Alguien se ha sentado en la mía —añadió la Osa mediana. El Osito pequeño miró su sillita rota. —Y alguien se sentó tan fuerte que rompió la mía… —dijo triste. La mamá Osa se agachó a su lado. —Lo importante es que estamos bien —lo consoló—. La silla podemos arreglarla. Decidieron mirar también en el dormitorio. —Alguien se ha acostado en mi cama —dijo el Oso grande. —Y alguien ha probado la mía —dijo la Osa mediana. Cuando el Osito miró su cama, vio algo que lo dejó sin habla. —¡Hay una niña durmiendo en mi cama! —susurró, muy sorprendido. Ricitos de Oro sintió unas voces y se despertó. Al abrir los ojos, vio a los tres osos mirándola. Dio un pequeño brinco, asustada. —¡Perdón! —dijo de inmediato, bajando de la cama—. Yo… encontré la puerta abierta… tenía hambre, estaba cansada… y no pensé en pedir permiso. Su voz sonaba sincera. Se notaba que estaba avergonzada. Los osos se miraron entre sí. El papá Oso habló con calma: —Nos asustamos un poco al ver que alguien había entrado en nuestra casa sin avisar. La Osa mediana añadió: —Pero vemos que no querías hacernos daño. Aun así, es importante respetar las cosas de los demás y pedir permiso antes de entrar. Ricitos de Oro asintió, con los ojos brillantes. —Tienen razón. Lo siento mucho. No volveré a entrar a una casa sin que me inviten. El Osito pequeño, algo más tranquilo, preguntó: —¿Te perdiste en el bosque? Ricitos de Oro lo pensó. —Un poco sí… me alejé demasiado. Entonces, el papá Oso dijo: —Te acompañaremos hasta el camino que lleva a tu casa. Después de eso, tal vez otro día puedas visitarnos, pero esta vez con permiso. La niña sonrió, aliviada. Antes de salir, ayudó a recoger la mesa y a ordenar un poco la casa. Prometió que algún día llevaría un rico pastel para compartir. Los osos la acompañaron hasta el sendero. —Gracias por entenderme —dijo Ricitos de Oro—. Hoy aprendí una lección importante. —Y nosotros aprendimos que también se puede conversar cuando algo nos molesta —dijo la mamá Osa. Ricitos de Oro regresó a su hogar corriendo, con el corazón lleno de nuevas ideas: curiosidad sí, pero con respeto; aventura sí, pero con cuidado. Desde entonces, cuando pasaba cerca del bosque, saludaba a la casita desde lejos y, si quería visitar a sus amigos osos, siempre tocaba la puerta y esperaba a que la invitaran a pasar. 🌟 Y así termina nuestra historia... La curiosidad es hermosa, pero siempre debe ir acompañada de respeto por las cosas y los espacios de los demás.
💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:1. ¿Qué podría haber hecho Ricitos de Oro de manera diferente para cuidar mejor las cosas de los demás? 2. ¿Te ha pasado alguna vez que usaste algo que no era tuyo sin pedir permiso? ¿Qué podrías hacer ahora para reparar o mejorar esa situación? 3. ¿De qué manera podemos comunicar en casa cuando algo nos incomoda, usando palabras tranquilas y respetuosas, igual que hicieron los osos en la historia? |
