Rapunzel

Autor original: anónimo

Adaptado por Educrea                                  


                               

Había una vez un matrimonio que deseaba con todo su corazón tener un bebé. Pasaban los días y las noches soñando con aquel momento. Detrás de su casa había un jardín hermoso, lleno de flores de colores, árboles frondosos y plantas que parecían sacadas de un cuento. Aquel jardín pertenecía a una bruja que vivía sola y a la que casi nadie conocía bien.


Un día, la mujer miró por la ventana y vio unas manzanas brillantes, rojas, tan jugosas, que solo de verlas se le hacía agua la boca. Comenzó a desearlas tanto, que se puso triste, dejó de comer bien y empezó a enfermarse poquito a poco.


Su esposo, preocupado, decidió ayudarla.


—Si esas manzanas pueden hacerte sentir mejor, las conseguiré —dijo con cariño.


Esa noche, con mucho cuidado, saltó la muralla y entró al jardín. Tomó algunas manzanas y volvió rápido a casa. La mujer las comió y se sintió más fuerte y alegre. Pero el deseo por aquellas frutas creció aún más, y el marido decidió volver una segunda vez.


Esta vez, al bajar de la muralla, se encontró frente a frente con la bruja.


—¿Eres tú quien entra a mi jardín sin permiso? —preguntó ella, con voz firme.


El hombre le contó la verdad: que su esposa estaba esperando un bebé y que las manzanas la habían ayudado a sentirse mejor. La bruja lo escuchó en silencio, y entonces habló más suavemente:


—Si lo que dices es cierto, puedes llevarte todas las manzanas que necesites. A cambio, cuando nazca tu hija, me dejarán cuidarla. Prometo darle techo, comida y protección.


El hombre, asustado y confundido, aceptó. Tiempo después nació una niña muy hermosa a la que llamaron Rapunzel. La bruja vino a verla, la tomó entre sus brazos con cuidado y se la llevó para criarla como si fuera su propia hija, pero a su manera, un poco extraña y muy estricta.


Rapunzel creció buena, curiosa y cariñosa. Tenía un cabello largo y dorado como los rayos del sol. Cuando cumplió doce años, la bruja, temiendo que el mundo le hiciera daño, decidió esconderla en una torre en medio del bosque. La torre no tenía puertas ni escaleras, solo una ventana muy alta.


Cada vez que la bruja quería entrar, se paraba junto a la torre y llamaba:


—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza!


Entonces la niña, obediente, dejaba caer su larga trenza dorada por la ventana, y la bruja subía trepando por ella.


Rapunzel pasaba los días cantando, soñando despierta y mirando el bosque desde lo alto. Su voz era tan hermosa que los pájaros se posaban cerca para escucharla.


Un día, un príncipe que cabalgaba por el bosque oyó aquella melodía dulce. Se detuvo, cerró los ojos y se dejó envolver por la canción. Buscó la entrada a la torre, pero no encontró ninguna. Aun así, la música lo conmovió tanto, que regresó varias veces solo para escucharla.


En una de esas visitas, vio llegar a la bruja y escuchó:


—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza!


Observó cómo caía la trenza dorada y cómo la bruja subía por ella. Entonces, el príncipe comprendió el secreto.


Al día siguiente, cuando el bosque empezó a oscurecer y el cielo se tiñó de naranja, él se acercó a la torre y llamó, imitando la voz de la bruja:


—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza!


La trenza dorada cayó suavemente, y el príncipe subió. Rapunzel se sorprendió al verlo.


—¿Quién eres? —preguntó, un poco asustada.


—Soy un príncipe —respondió él con voz tranquila—. Escuché tu canto muchas veces… y tu voz tocó mi corazón. No quiero hacerte daño, solo conocerte.


Rapunzel lo miró con atención. Había bondad en sus ojos, y poco a poco empezó a confiar. Conversaron largo rato, se contaron historias, se rieron y se miraron con ternura. Con el tiempo, se enamoraron y comenzaron a soñar con una vida fuera de la torre, en libertad.


El príncipe prometió:


—Buscaré una forma segura de sacarte de aquí. No estarás sola para siempre.


Pero un día, sin querer, Rapunzel comentó frente a la bruja que subirla por su trenza se le hacía más pesado que cuando subía el príncipe. La bruja lo entendió todo. Llenándose de celos y miedo a perderla, cortó la larga trenza de Rapunzel y decidió llevarla a vivir lejos, en un lugar apartado pero tranquilo, donde la muchacha pudiera valerse por sí misma.


En la torre, la bruja colgó la trenza cortada. Cuando el príncipe regresó y llamó:


—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza!


La trenza cayó como siempre. Él subió, pero en la ventana no encontró a Rapunzel, sino a la bruja.


—Rapunzel ya no está aquí —dijo ella—. Deberás aprender a vivir sin verla.


Con un hechizo lleno de rabia y tristeza, la bruja envolvió los ojos del príncipe en oscuridad. Él no veía nada, como si la noche hubiera entrado en sus ojos. Lleno de dolor, comenzó a caminar por el bosque, guiado solo por sus recuerdos y por la esperanza de volver a escuchar la voz de Rapunzel.


Pasó el tiempo. Rapunzel, en aquel lugar lejano, aprendió a cuidar de sí misma. Cantaba para acompañar sus días y, aunque extrañaba al príncipe, mantenía la esperanza en su corazón.


Hasta que, una mañana, mientras cantaba cerca de un claro del bosque, alguien escuchó su voz. Era el príncipe. Al oírla, su corazón recordó el camino que sus ojos ya no podían ver. Caminó hacia la melodía, paso a paso, hasta que estuvo frente a ella.


—Rapunzel… ¿eres tú? —preguntó emocionado.


—¡Sí, soy yo! —exclamó ella, corriendo a abrazarlo.


Al verlo, Rapunzel se llenó de alegría, pero también de pena al descubrir que no podía ver.


Lloró de emoción, y sus lágrimas cayeron sobre los ojos del príncipe. Poco a poco, la oscuridad comenzó a desaparecer, como cuando la noche se aparta para dejar entrar el amanecer. Él parpadeó varias veces y, finalmente, pudo verla con claridad.


—¡Te veo! —dijo, con el corazón desbordado.


Se abrazaron fuerte, agradecidos por haberse encontrado de nuevo. Decidieron ir juntos al reino del príncipe, donde la recibieron con cariño. Rapunzel por fin conoció la libertad: caminó por jardines, habló con gente nueva y usó su hermosa voz para llenar de música el palacio.


El príncipe y Rapunzel se casaron y formaron una familia, cuidándose con respeto, amor y ternura. Y aunque la historia con la bruja había sido difícil, ambos aprendieron que incluso después de los momentos más oscuros, siempre puede volver la luz.

 

🌟 Y así termina nuestra historia...

Cuando alguien te quiere de verdad, te cuida, te respeta y te ayuda a encontrar la libertad para ser tú mismo.

 

💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:

 1.   ¿Por qué crees que la libertad es tan importante para Rapunzel?

 2.    ¿Cómo podemos apoyar a alguien que se siente encerrado, como Rapunzel?

 3.    ¿Qué cualidad de Rapunzel te parece más admirable?