La ratita presumidaAutor original: anónimoAdaptado por Educrea
Érase una vez, en un pequeño pueblo lleno de flores, risas y casitas diminutas, una ratita muy, muy coqueta. Le encantaba arreglarse el bigote, peinarse los pelitos de la cola y limpiar su casita hasta que brillara. Todos la conocían como la ratita presumida. Una mañana, mientras barría la puerta de su casa con su escobita de paja, algo sonó: —¡Clin, clin, clin! La ratita miró al suelo y abrió mucho los ojos. —¡Ay, qué suerte la mía! —exclamó—. ¡Una moneda de oro! La tomó con sus patitas, la miró contra la luz y empezó a imaginar mil cosas. —¿En qué me la gastaré? —se preguntaba caminando de un lado para otro—. La gastaré, la gastaré… ¡en caramelos y gomitas! Pero luego frunció el ceño: —No, no… que me harán daño a los dientes. Pensó otra vez: —La gastaré, la gastaré… ¡en bizcochos y tartas muy ricas! Pero se detuvo y se tocó la barriga. —No, no… que me puede doler la guatita. Se quedó un momento en silencio, mirando la moneda. Y de pronto sonrió: —¡Ya sé! La gastaré en un gran lazo rojo. Así me veré muy elegante. Y dicho y hecho: fue a la tienda, escogió el lazo más bonito, suave y brillante, y se lo colocó en la punta de la cola. Al verse en el espejo, suspiró: —¡Qué ratita tan hermosa! Luego se sentó en la puerta de su casa, muy derechita, para que todos pudieran ver su lazo nuevo. Pronto se corrió la voz por el pueblo: —¿Supieron? ¡La ratita está guapísima con un lazo rojo! Y todos los animales solteros empezaron a acercarse, emocionados. El primero en llegar fue el gallo, con su traje impecable y una cresta roja que parecía una pluma de fuego. —Ratita, ratita —dijo con voz orgullosa—, ¿te quieres casar conmigo? La ratita, que era muy curiosa, preguntó: —Y por las noches, cuando todo esté en silencio… ¿qué me dirás? El gallo levantó el pecho y cantó: —¡Quiquiriquíííí! El canto fue tan fuerte que las ventanas vibraron un poquito. La ratita dio un salto. —No, no… que me asustarás. Prefiero dormir tranquila. El gallo, un poco apenado pero educado, se despidió y se fue caminando. Al rato apareció el cerdo, muy limpio, con un pañuelo al cuello. —Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo? —preguntó con ilusión. —Y por las noches, cuando quiera descansar… ¿qué me dirás tú? —consultó ella. —Oinc, oinc, oinc —respondió el cerdo, muy convencido de que sonaba fantástico. La ratita movió las orejitas. —No, no… que me asustarás. Necesito silencio para soñar bonito. El cerdo suspiró, le deseó suerte y se marchó. Más tarde llegó el burro, con pasos firmes y mirada amable. —Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo? —Y por las noches, cuando el cielo esté oscuro, ¿qué me dirás? —preguntó la ratita. —Ija, ija, ijaaaa —rebuznó el burro con fuerza. La ratita se encogió un poquito. —No, no… que me asustarás. Mi corazón es pequeñito y se pone nervioso con ruidos tan fuertes. El burro asintió, sonrió con respeto y regresó por el camino. Después llegó el perro, moviendo la cola con alegría. —Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo? —Y por las noches, cuando todo esté oscuro, ¿qué me dirás? —volvió a preguntar ella. —Guau, guau, guau —ladró el perro con seguridad. La ratita lo miró con cariño, pero dijo: —No, no… que me asustarás. Yo necesito calma para descansar. El perro bajó sus orejas y se marchó. Al final, cuando la ratita ya estaba cansada de tantas visitas, apareció un ratón fino y amable. No tenía traje elegante ni corbata, pero sí una sonrisa sencilla y unos ojos muy tiernos. —Ratita, ratita —dijo con voz suave—, ¿te quieres casar conmigo? La ratita repitió su pregunta de siempre: —Y por las noches, cuando el día termine… ¿qué me dirás? El ratón se quedó pensando un momento y respondió: —Por las noches me callaré, me dormiré cerquita de ti… y soñaré contigo. La ratita lo miró bien: no tenía una gran cresta, ni un enorme lazo, ni un andar ruidoso. Pero se notaba que era respetuoso, atento y cariñoso. Sintió un calorcito en el corazón y dijo: —Pues contigo me casaré. No solo porque me gustas, sino porque me escuchas, me cuidas y quieres que yo esté bien. Y así fue como organizaron una linda fiesta en el pueblo. Hubo música suave, pastel de queso, bailes y muchas risas. La ratita descubrió que, más importante que un lazo bonito, era tener a su lado a alguien que la quisiera de verdad y la tratara con respeto. Desde ese día, la ratita siguió arreglándose porque le gustaba, pero ya no se preocupaba tanto por lo que los demás pensaran de su lazo. Sabía que lo que más brillaba en ella no era el moño rojo… sino su corazón. 🌟 Y así termina nuestra historia... Lo que de verdad importa no es cómo nos vemos, sino cómo nos cuidamos y tratamos unos a otros.
💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:1. ¿Te ha pasado alguna vez que te preocupas mucho por tu apariencia? ¿Qué cosas te ayudan a recordar que lo más importante es cómo eres por dentro? 2. El ratoncito mostró respeto y cariño hacia la ratita. ¿Cómo crees que se nota en la vida real cuando alguien te quiere y te cuida bien? 3. Si pudieras darle un consejo a la ratita sobre la autoestima y el valor personal, ¿qué le dirías? |
