La bola de cristalAutor original: anónimoAdaptado por Educrea
Dicen que hace muchísimo tiempo, cuando la magia caminaba libre por bosques y montañas, vivía una hechicera muy poderosa. Tenía tres hijos que se querían de verdad, como hermanos que comparten juegos y sueños. Sin embargo, la hechicera desconfiaba de ellos y temía que quisieran tomar su poder… así que tomó una decisión bastante injusta. Al mayor lo convirtió en un águila de plumas brillantes. Desde la cima de una montaña observaba el mundo y, solo por un par de horas cada día, recuperaba su forma humana. Al segundo lo transformó en una ballena enorme, suave como un canto del mar. También él, durante dos horas al día, podía volver a ser quien era antes. El tercero, un joven de corazón valiente y mirada curiosa, sintió miedo de sufrir el mismo destino. Así que una noche, en silencio y con el corazón apretado, huyó de su hogar. Caminó durante días, siguiendo rumores sobre un lugar especial: el Castillo del Sol de Oro. Decían que allí vivía una princesa encantada que esperaba ser liberada. Muchos habían intentado ayudarla, pero ninguno había regresado. Solo quedaba espacio para una última persona que quisiera arriesgarse. Y él, que no conocía la palabra “rendirse”, decidió intentarlo. Después de andar mucho tiempo se perdió en un bosque tan grande que parecía interminable. De pronto, vio a lo lejos a dos gigantes que agitaban sus enormes manos pidiéndole que se acercara. Aunque tenía algo de nervios, respiró hondo y dio unos pasos. —Estamos discutiendo —dijo el primer gigante—. —Y no logramos ponernos de acuerdo —añadió el segundo. Entre ambos sostenían un viejo sombrero. —¿Por un sombrero? —preguntó el joven sorprendido. Los gigantes asintieron. —Es mágico —explicaron—. Quien se lo pone puede viajar al lugar que desee en un abrir y cerrar de ojos. El joven pensó un instante y les propuso: —Caminaré un poco con el sombrero. Cuando llame, corran. El primero que me alcance se lo queda. Los gigantes aceptaron encantados. Pero apenas el muchacho se colocó el sombrero, su corazón recordó a la princesa y su deseo salió de sus labios casi sin pensarlo: —¡Ojalá pudiera estar en el Castillo del Sol de Oro! Y de inmediato, como si el viento lo llevara, apareció frente a la enorme puerta del castillo. En su interior todo estaba silencioso. Recorrió pasillos largos, escaleras que crujían suavemente y salones donde el sol parecía bailar en las paredes. En el último de ellos encontró a la princesa… y quedó sorprendido. Su rostro estaba cubierto de arrugas grises, sus ojos eran turbios y su cabello era de un rojo apagado. —¿Eres tú la princesa de la que todos hablan? —preguntó con cuidado. —Sí —respondió ella con voz triste—, pero esta no es mi verdadera apariencia. Los ojos humanos solo pueden verme así. Mira este espejo… en él verás quién soy realmente. Al mirarlo, el joven vio a una princesa hermosa, de mirada luminosa y sonrisa suave. En el reflejo, sin embargo, caían lágrimas silenciosas que mojaban sus mejillas. —¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó él, decidido. La princesa le explicó con calma: —Para romper el encantamiento necesitas recuperar una bola de cristal. Está escondida dentro de un huevo ardiente al interior del cuerpo de un pájaro de fuego. El pájaro solo aparece cuando un bisonte salvaje de la montaña es derrotado. Pero el huevo no puede caer al suelo… si lo hace, se destruye todo. El joven escuchó cada palabra con atención. Aunque tenía miedo, sintió un impulso cálido en el pecho: el deseo de ayudar. Bajó la montaña y llegó a una fuente rodeada de piedras brillantes. Allí estaba el bisonte, enorme y furioso. La lucha fue larga, pero él se movió con valentía y, finalmente, logró vencerlo. Entonces, del cuerpo del animal salió un pájaro de fuego que echó a volar con el huevo encendido entre sus alas. El joven pensó que sería imposible alcanzarlo… pero algo maravilloso ocurrió. Desde el cielo apareció su hermano águila, quien, con un fuerte aleteo, empezó a guiar al pájaro de fuego hacia el mar. Allí emergió una gigantesca cola azul: su otro hermano, la ballena, que creó olas enormes. El pájaro, agotado, soltó el huevo, que cayó en una pequeña cabaña del pescador, incendiándola ligeramente. Pero las olas lo apagaron antes de que se destruyera. El muchacho corrió, abrió el huevo aún tibio… y dentro, brillante como una estrella, estaba la bola de cristal. Con ella en las manos, volvió al castillo y la presentó al brujo guardián, quien reconoció su poder. —Has vencido —dijo el brujo con voz profunda—. Mi magia se rompe desde hoy. Serás el nuevo rey del Castillo del Sol de Oro y podrás liberar a tus hermanos. El joven no perdió un segundo. Corrió a buscar a la princesa. Al entrar, la vio tal como aparecía en el espejo: radiante, amable y llena de vida. Ambos sonrieron con alivio y alegría, y para sellar su nueva esperanza, intercambiaron anillos. 🌟 Y así termina nuestra historia... A veces, los desafíos parecen gigantes, pero la valentía, el amor y la ayuda de quienes nos quieren pueden iluminar incluso los caminos más difíciles.
💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:1. ¿Qué crees que fue lo más importante que hizo el joven para lograr su objetivo? 2. Si pudieras preguntarle algo al joven después de su aventura, ¿qué le preguntarías? 3. Si tú tuvieras un sombrero mágico, ¿a qué lugar viajarías primero y por qué? |
