Los tres cerditos

Autor original: anónimo

Adaptado por Educrea                                  


                               

Había una vez, en un bosque lleno de flores y árboles altos, tres cerditos que eran hermanos. Cada uno tenía una personalidad distinta: el menor era juguetón y un poco impaciente; el mediano era cariñoso, pero algo distraído; y el mayor era tranquilo, pensativo y muy trabajador.


Un día, mientras jugaban entre los árboles, el cerdito mayor dijo con voz seria:


—Hermanitos, ya estamos creciendo. Necesitamos construir nuestras propias casas para estar seguros y vivir tranquilos.


El menor frunció el hocico.


—¿Casas? —preguntó—. ¡Yo quiero jugar! No quiero pasarme el día trabajando.


El mediano se encogió de hombros.


—Bueno, podemos hacerlas rápido y después seguimos jugando. No tiene por qué ser tan difícil —añadió sonriendo.


El mayor los miró con cariño, pero también con preocupación.


—Escuchen, aquí en el bosque vive un lobo que a veces se pone muy pesado. Si tenemos casas fuertes, podremos cuidarnos mejor.


Aun así, cada uno decidió construir su casa a su manera.


El cerdito pequeño encontró un montón de paja suave y amarilla.


—Con esto terminaré rápido —dijo contento—. Haré mi casita de paja y después jugaré todo el día.


En poco tiempo su casa estuvo lista. Era ligera, blandita y se movía un poco con el viento, pero a él le encantaba. Apenas terminó, se fue a cantar y saltar entre las flores.


El cerdito mediano vio un montón de tablas y ramas.


—Yo haré mi casa de madera —pensó—. Es un poco más firme y tampoco me tomará tanto tiempo.


Clavó, amarró y acomodó las tablas. Le quedó una casita más resistente que la de paja, con una pequeña ventana por donde entraba el sol. Cuando terminó, también se fue corriendo a jugar con su hermano menor.


Mientras tanto, el cerdito mayor trabajaba sin apuro, pero con mucha constancia. Había decidido construir una casa de ladrillo. Día tras día, colocaba un ladrillo encima de otro, con paciencia.


—Qué lento eres —se burló, con cariño, el hermano pequeño.


—Sí, ven a jugar con nosotros —agregó el mediano.


El mayor sonrió y, limpiándose el sudor de la frente, respondió:


—Ya iré a jugar, pero primero quiero terminar mi casa. El trabajo bien hecho nos cuida después.


Pasaron los días y, al fin, la casa de ladrillo quedó terminada. Era firme, tenía una puerta resistente y ventanas bien puestas. El cerdito mayor suspiró, satisfecho.


Una tarde, mientras los dos hermanos menores jugaban cerca del bosque, apareció el lobo. Tenía hambre, pero más que malvado, era un lobo que no había aprendido a respetar a los demás y siempre buscaba asustar.


—Mmm… —dijo—. Veo dos cerditos muy confiados por aquí.


Los cerditos, asustados, salieron corriendo. El más pequeño llegó primero a su casita de paja.


—¡Rápido, entra conmigo! —le gritó a su hermano mediano.


Cerraron la puerta y se abrazaron, con el corazón latiendo fuerte. El lobo se plantó frente a la casa y dijo:


—Cerditos, cerditos, déjenme entrar.


—¡No! —respondieron los dos—. ¡Esta es nuestra casa y queremos estar seguros!


Entonces el lobo, decidido a asustarlos, dijo:


—Pues soplaré y soplaré… ¡y la casa derribaré!


Tomó aire, sopló y sopló, y la casita de paja comenzó a temblar. En un momento, la paja salió volando, dejando la casita desarmada. Los cerditos, llenos de miedo, corrieron otra vez, ahora hacia la casa de madera de su hermano mediano.


—¡Entra rápido! —dijo el dueño de la casa al más pequeño—. Aquí estaremos mejor.


Cerraron la puerta de madera, intentando calmarse.


—Tranquilos —dijo el mediano, aunque sus patitas aún temblaban—. Esta casa es más fuerte.


Pero el lobo los siguió, se paró frente a la casita de madera y repitió:


—Cerditos, cerditos, déjenme entrar.


—¡No vamos a abrir! —contestaron juntos.


—Entonces soplaré y soplaré… ¡y la casa derribaré!


El lobo inhaló profundamente y sopló con fuerza. La madera crujió, las tablas se movieron y, después de varios soplidos, la casita cedió. Los dos cerditos salieron corriendo, casi sin aliento, hasta la casa de ladrillo del hermano mayor.


—¡Hermano, ábrenos! —gritaban—. ¡El lobo nos persigue!


El cerdito mayor abrió enseguida y los dejó pasar. Sus hermanos lo abrazaron, muy asustados.


—Tranquilos, ahora están seguros —les dijo con voz suave—. Esta casa es fuerte y la cuidé mucho al construirla.


El lobo llegó una vez más. Se puso frente a la casa de ladrillo y habló con tono exigente:


—Cerditos, cerditos, déjenme entrar.


—No, lobo —respondió el mayor con firmeza—. Aquí adentro queremos vivir en paz.


El lobo frunció el ceño.


—Entonces soplaré y soplaré… ¡y la casa derribaré!


Sopló una vez, dos veces, tres veces. La casa ni se movió. Sopló tanto que se quedó casi sin aire y un poco mareado.


—Esta casa sí que es resistente… —murmuró, cansado.


Como no pudo tirarla abajo, se le ocurrió otra idea: miró hacia el techo y vio la chimenea.


—Entraré por arriba y los sorprenderé —pensó.


Buscó una escalera, subió con cuidado y se preparó para bajar por la chimenea. Pero dentro de la casa, el cerdito mayor ya lo había imaginado.


—Hermanitos —dijo en voz baja—, el lobo intentará entrar por la chimenea. Vamos a encender el fuego y a poner una olla con agua caliente, para que se asuste y entienda que no puede seguir persiguiéndonos.


Encendieron el fuego con cuidado y pusieron una olla con agua que comenzó a calentarse. Cuando el lobo empezó a bajar por la chimenea, sintió el calorcito y un vapor que subía.


—¡Ay, qué calor! —gritó—. ¡Me estoy quemando el trasero!


Asustado y sorprendido, salió disparado hacia arriba y bajó corriendo del tejado. Se alejó del lugar dando pequeños aullidos de susto y un poco de vergüenza.


Mientras se marchaba, murmuró:


—Nunca más perseguiré a esos cerditos. Buscaré otra forma de conseguir mi comida.


Dentro de la casa, los tres hermanos se miraron. El menor, todavía agitado, dijo:


—Perdón, hermanos. Pensé solo en jugar y no en estar seguro.


El mediano asintió.


—Yo también… quise terminar rápido y no me preocupé de hacer mi casa fuerte.


El mayor les sonrió y los abrazó.


—No pasa nada. Lo importante es que estamos juntos y hemos aprendido algo. El esfuerzo y la planificación nos cuidan. Y cuando trabajamos en equipo, somos más fuertes.


Desde ese día, los tres cerditos vivieron juntos en la casa de ladrillo. Jugaban, reían y, cada vez que se ponía en marcha un nuevo proyecto, recordaban que vale la pena hacer las cosas con calma, cariño y responsabilidad.



🌟 Y así termina nuestra historia...

Cuando hacemos las cosas con cariño, paciencia y responsabilidad, construimos espacios seguros para nosotros y para quienes amamos.

 

💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:

1.  ¿En qué momentos te sientes como cada uno de los cerditos: impulsivo, apurado o responsable? ¿Qué crees que te ayuda a elegir mejor?


2.  ¿Qué cosas importantes en tu vida requieren paciencia y trabajo constante, igual que la casa de ladrillo?


3.  Cuando algo nos asusta o nos preocupa, ¿a quién acudimos en casa y por qué? ¿Cómo