El mago de OzAutor original: anónimoAdaptado por Educrea
Dorothy era una niña curiosa y alegre que vivía en una granja de Kansas con sus tíos y su pequeño perro Totó. Cada mañana salía al patio a jugar, correr entre los girasoles y perseguir mariposas con Totó ladrando feliz detrás de ella. La vida en la granja era sencilla, pero Dorothy la disfrutaba con todo su corazón. Un día, mientras jugaban cerca del granero, el viento comenzó a soplar con una fuerza extraña. Las hojas se arremolinaban, las nubes se movían rápido… y antes de que alguien lo notara, un gran tornado se acercaba girando como un monstruo de viento. Dorothy corrió hacia la casa con Totó en brazos, pero tropezó, cayó sobre la hierba, y en un abrir y cerrar de ojos el viento los envolvió suavemente y los elevó hacia el cielo. La niña sintió miedo y asombro al mismo tiempo. Apretó fuerte a Totó. —Tranquilo, Totó… —susurró mientras la casa parecía flotar entre nubes grises. Cuando el viento se calmó, Dorothy abrió los ojos y descubrió que había aterrizado en un lugar totalmente diferente: un valle lleno de flores gigantes, árboles con frutas brillantes y pequeños senderos que parecían hechos de luz. Era un sitio misterioso… pero hermoso. De entre los arbustos apareció un hada luminosa, con una sonrisa tranquila. —Bienvenida, Dorothy —le dijo con voz suave—. Estás en la tierra de Oz. Dorothy suspiró con alivio. —Quiero volver a mi casa, con mis tíos… ¿Puede ayudarme? El hada señaló un camino dorado que brillaba como el sol. —Sigue el camino de ladrillos amarillos. Allí vive el gran mago de Oz. Él sabrá qué hacer. Dorothy tomó a Totó y comenzó la aventura. No habían avanzado mucho cuando encontraron a un espantapájaros apoyado en un poste… ¡que podía hablar! —Hola… —dijo con voz tímida—. ¿Podrían ayudarme a bajar? Me gustaría tener un cerebro para pensar por mí mismo. Dorothy sonrió. —Vamos al mago de Oz. ¡Ven con nosotros! El espantapájaros aceptó feliz, y continuaron caminando los tres. Más adelante, oyeron un sonido metálico. Era un hombre de hojalata, inmóvil entre los árboles. —Ay… ¿pueden aceitar mis articulaciones? —pidió con voz oxidada—. Quisiera tener un corazón para sentir. Dorothy lo ayudó con cuidado. —Ven con nosotros. Tal vez el mago te ayude. Y así se unió a la aventura. El grupo siguió avanzando y pronto escucharon unos rugidos… pero no eran fuertes, sino temerosos. Era un león. —Quiero ser valiente —confesó avergonzado—. ¡Hasta el ladrido de Totó me asusta! Dorothy lo miró con ternura. —No pasa nada. Ven con nosotros. Todos tenemos algo que aprender. El león respiró hondo y se unió al grupo. Al llegar a la Ciudad Esmeralda, un guardián de traje verde les abrió la puerta. —¿Qué desean del gran mago? —Ayuda para volver a casa —dijo Dorothy—. Y para mis amigos… sus deseos. El mago aceptó ayudarlos, pero con una condición: debían enfrentarse a la bruja más temida del reino y deshacer su magia oscura. Aunque temblaban un poco, los cuatro aceptaron unidos. En el camino, pasaron por un campo de amapolas rojas que olían delicioso. Tan delicioso… que el aroma los hizo quedarse dormidos. Unos monos alados, enviados por la bruja, los llevaron a su castillo. Cuando Dorothy despertó y vio a la bruja riendo, se asustó… pero al mismo tiempo recordó que siempre encontraba valor dentro de sí. Buscó agua en un cubo cercano y, sin pensarlo, lo lanzó para defenderse. El agua cayó sobre la bruja, y para sorpresa de todos, su magia se disolvió como si fuera polvo brillante. Con eso, todo el castillo quedó en paz. Los amigos se abrazaron emocionados. Regresaron a ver al mago… pero Totó, curioso como siempre, tiró de una cortina y descubrió que el “gran mago” era en realidad un anciano amable que se escondía tras máquinas y luces. No era un mago de verdad, pero sí un buen hombre con ganas de ayudar. —No tengo magia —dijo avergonzado—. Pero sí tengo algo importante: experiencia para mostrarles lo que ya es suyo. Al espantapájaros le mostró que siempre había tenido buenas ideas. Al hombre de hojalata le reveló su enorme capacidad de cuidar a los demás. Al león le enseñó que la valentía es enfrentar el miedo, no a no sentirlo. Pero a Dorothy le dijo: —Tu deseo es regresar a casa, y eso lo puedes lograr tú misma. Solo piensa con fuerza: “En ningún sitio se está como en casa”. Dorothy cerró los ojos, abrazó a Totó y repitió la frase. Todo comenzó a girar como una brisa suave… y, cuando abrió los ojos, estaba en su cama, con sus tíos llamándola. —¡Dorothy, estás bien! —dijeron abrazándola. Ella sonrió. —He vivido un sueño maravilloso… y aprendí que mi hogar está en el corazón. 🌟 Y así termina nuestra historia... A veces, los tesoros que buscamos lejos ya viven dentro de nosotros: el valor, la bondad, la inteligencia y el amor por nuestro hogar.
💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:1. ¿Qué enseñanza te dejó cada uno de los amigos de Dorothy: el espantapájaros, el hombre de hojalata y el león? 2. ¿Qué parte del camino de Dorothy te pareció más importante para su aprendizaje? 3. Si pudieras pedirle algo al mago de Oz, ¿qué le pedirías tú y por qué? |
