El fiel JuanAutor original: anónimoAdaptado por Educrea
Había una vez un rey muy anciano que gobernaba un reino lleno de jardines, ríos brillantes y torres que parecían tocar el cielo. Ese rey tenía un fiel servidor llamado Juan, tan sabio y tan bondadoso que todos en palacio confiaban en él. Lo llamaban el Fiel Juan porque nunca, nunca fallaba en su palabra. Cuando el rey enfermó de gravedad y sintió que su vida llegaba a su fin, pidió ver a Juan. —Mi fiel Juan —dijo con voz débil, pero llena de cariño—, hay algo que me preocupa profundamente. Mi hijo, el joven príncipe, es bueno, pero aún no conoce del todo el mundo. Necesita guía, alguien que lo cuide y lo oriente. Juan tomó la mano del rey con respeto. —Mi señor, prometo cuidarlo, enseñarle lo que sé y acompañarlo siempre. No lo dejaré solo. El rey sonrió por última vez y descansó en paz. Pasaron los días del luto, y Juan comenzó a cumplir su promesa. Le mostró al nuevo rey todo el palacio: los pasillos luminosos, las salas de música, las cocinas donde siempre olía a pan recién horneado. Pero había una sala que Juan no quería abrir. —¿Qué hay ahí? —preguntó el joven rey, curioso. —Un retrato que podría inquietarte —dijo Juan con suavidad—. Tu padre me pidió que no te lo mostrara. Pero cuanto más intentaba Juan protegerlo, más curiosidad sentía el rey. —Si no la veo, no podré estar tranquilo —insistió—. Por favor, abre esa puerta. Juan suspiró. Recordaba bien la promesa hecha al rey padre, pero también veía la determinación en los ojos del muchacho. Finalmente abrió la puerta. El cuadro brillaba como si tuviera luz propia. Mostraba a una princesa con un cabello dorado como el amanecer y una mirada tan dulce que parecía hablar. El rey quedó maravillado. —¿Quién es…? —susurró. —La princesa del Tejado de Oro —respondió Juan—. Vive muy lejos de aquí. El joven rey sintió que el corazón le daba un brinco. —Tengo que conocerla —declaró—. Juan, ayúdame. Juan, siempre leal, empezó a pensar un plan. Sabía que debía hacer todo con cuidado, sin causar daño a nadie. —La princesa aprecia las artesanías de oro —dijo—. Mandaremos hacer regalos bellos, elegantes y respetuosos, para visitar su reino de forma amable. Mandaron llamar a los mejores artesanos del reino, quienes trabajaron día y noche hasta crear aves, copas y figuras hermosas hechas de oro. Cuando todo estuvo listo, el rey y Juan viajaron en un barco hacia la ciudad de la princesa. Juan fue primero al palacio y mostró algunos de los objetos. La camarera principal quedó fascinada y llevó a Juan ante la princesa. Ella quedó encantada con la belleza de aquellas piezas. —Son maravillosas —dijo—. ¿Hay más? —Muchas más en el barco, mi señora —respondió Juan. La princesa quiso ver el resto y subió a la embarcación. El joven rey, al verla, sintió que el retrato no le hacía justicia: era aún más amable, elegante y serena. Mientras ella observaba las obras de arte, el barco comenzó el regreso. Juan había planeado que la princesa pudiera conocer al rey sin presiones, sin brusquedad. Cuando ella notó que ya estaban lejos de su casa, se sorprendió. —¿Estamos viajando? —preguntó. El rey se acercó rápidamente. —Princesa, perdón si esto te causa inquietud. No queremos asustarte. Solo quería conocerte, porque tu retrato me conmovió profundamente. Si deseas volver, te llevaremos de regreso cuando digas. La princesa lo miró, vio sinceridad en sus ojos y asintió con calma. —No estoy molesta —dijo suavemente—. Quiero saber más de ti y de tu reino. Durante el viaje conversaron sobre sus sueños, sus costumbres y sus deseos para el futuro. Cuando llegaron al palacio del rey, la princesa ya lo apreciaba sinceramente. Pero Juan, aunque feliz por ellos, estaba preocupado por algo más. Durante el viaje había escuchado a tres cuervos que anunciaban peligros que podrían aparecer cuando el rey regresara: objetos engañosos, trampas y malentendidos. Juan no podía dejar que nada malo ocurriera. Así, cuando un caballo desconocido se acercó corriendo demasiado rápido, Juan lo detuvo antes de que el rey pudiera montarlo. Cuando apareció una camisa brillante que parecía hecha para la boda, Juan la revisó y descubrió que contenía sustancias peligrosas, así que la apartó. Y cuando la princesa se sintió débil durante el baile —simplemente por el cansancio del viaje y los nervios—, Juan la sostuvo con rapidez y la llevó a descansar. Pero algunos en palacio no comprendieron sus acciones. —¡Está arruinando la boda! —decían. El rey, confundido al principio, buscó respuestas. Juan, siempre leal, le contó todo lo que había escuchado y hecho. El rey entendió entonces que su fiel amigo lo había protegido una y otra vez, incluso arriesgándose a ser malinterpretado. —Juan —dijo el rey con emoción—. Fuiste mi guardián cuando más lo necesitaba. Gracias. Desde ese día, Juan se convirtió en consejero principal del reino, y su sabiduría y bondad guiaron a la pareja real durante muchos años. Juntos crearon un hogar lleno de paz, alegría y confianza. Y cada vez que el rey hablaba de él, decía con orgullo: —Juan no solo es fiel. Es familia. 🌟 Y así termina nuestra historia... Las decisiones hechas desde el amor y la lealtad iluminan el camino, incluso cuando parecen difíciles de entender. 💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:1. ¿Por qué crees que Juan era tan fiel al rey y a su hijo? 2. ¿Qué habrías hecho tú si estuvieras en el lugar del joven rey y no entendieras las decisiones de Juan? 3. ¿Qué persona en tu vida te cuida y te guía como Juan lo hacía con el príncipe? |
