El soldadito de plomo

Autor original: anónimo

Adaptado por Educrea                                  


                               

Érase una vez un niño al que le encantaba jugar. Tenía tantos juguetes en su habitación que cada día podía inventar una historia nueva. Pero entre todos ellos, había uno muy especial: un pequeño soldadito de plomo que, por un detalle de fábrica, tenía solo una pierna. Aun así, el soldadito se mantenía siempre firme, derecho, orgulloso, con una expresión valiente y tranquila.


Al niño le encantaba ese soldadito y siempre lo colocaba en primera línea de sus juegos, como si fuera el más fuerte de todos. Pero lo que el niño no sabía era que, por las noches, cuando la casa quedaba en silencio… los juguetes cobraban vida.


En esas noches mágicas, el soldadito podía moverse y observar todo a su alrededor. Fue así como un día conoció a una bailarina de plomo colocada sobre una cajita de música. Era graciosa, delicada, y cuando giraba, su falda brillaba con colores suaves. El soldadito pensaba que nunca había visto algo tan bonito.


Con el paso de los días, comenzó a sentir algo especial. Cuando la bailarina giraba, el soldadito la miraba con admiración. Y cuando ella se detenía, pareciera que le dedicaba una sonrisa tímida. Ambos se gustaban, pero eran tan tímidos que nunca se atrevían a decírselo.


Sin embargo, alguien más notó todo: un muñeco travieso guardado dentro de una caja de sorpresas. Cada vez que saltaba, señalaba al soldadito con aire molesto.


—¡Deja de mirar a la bailarina! —gritaba.


El soldadito se sonrojaba, pero la bailarina le respondía con ternura:


—No le hagas caso. Me gusta conversar contigo.


Pero un día, en medio del juego, el niño dejó al soldadito en el borde de una ventana.


—Quédate aquí vigilando —dijo con cariño—. Aunque tengas una pierna, eres el más valiente.


El soldadito se quedó firme, mirando el paisaje. Pasaban los días, y aunque llovía o soplaba el viento, él seguía ahí, sin que el niño volviera a recogerlo. Una tarde, una ráfaga fuerte abrió la ventana y lo empujó suavemente hacia afuera. El soldadito cayó, pero no se dañó. Aún así, quedó lejos de la casa, en la calle.


Dos niños que pasaban por allí lo encontraron.


—¡Mira! Un soldadito.


—Lástima que tenga una sola pierna, pero igual es increíble —dijo el otro.


Como llovía mucho, los niños hicieron un barquito de papel y colocaron al soldadito dentro.


—¡A navegar! —gritaron riendo.


Y así, el soldadito inició un viaje inesperado. El agua de la lluvia lo llevó por un pequeño canal que corría junto a la calle. El barco se movía rápido, pero él se mantenía firme, recordando a su bailarina, como si su imagen le diera fuerza.


El barquito avanzó por túneles oscuros y charcos profundos, pero el soldadito nunca perdió la calma. Pensaba:


“Quiero volver. Quiero ver a mi bailarina otra vez”.


De pronto, el barco se detuvo en medio de unas ramas y hojas atascadas. Y justo entonces, un pescador que pasaba cerca vio el barquito y lo recogió con cuidado.


El pescador guardó al soldadito en su cesta y, más tarde, la mamá del niño pasó por el mercado para comprar alimentos.


Mientras revisaba los productos frescos del mostrador, vio algo brillar dentro de una cesta.


—¿Qué es esto? —preguntó sorprendida.


Al acercarse, reconoció al pequeño soldadito.


—¡Pero si es uno de los soldaditos de mi hijo! —exclamó emocionada—. ¡Qué milagro encontrarlo aquí!


Lo tomó con cuidado y corrió hacia la casa.


El niño, al verlo, abrió los ojos de alegría.


—¡Es mi soldadito! —dijo abrazándolo con ternura—. ¡Pensé que nunca volvería!


El niño volvió a colocarlo en su habitación, sobre la repisa de la chimenea, justo al lado de la bailarina. Ella giró suavemente, como saludándolo con alegría. El soldadito sintió algo parecido a una sonrisa en su pequeño rostro de plomo.


Esa noche, mientras la familia dormía, un fuerte viento levantó la cortina y la empujó hacia la bailarina, haciéndola caer suavemente cerca del fuego. El soldadito, sin pensarlo, se dejó caer también desde su repisa, rodando hasta quedar junto a ella. No podían moverse, pero estaban juntos, más cerca que nunca.


Al despertar, el niño los encontró uno al lado del otro.


—Qué raro… pero qué bonito —dijo con ternura.


Los colocó en un lugar seguro, lejos del fuego, sobre una base en forma de corazón que él mismo hizo con arcilla. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, compartiendo cada noche de magia y cada día de juego.



🌟 Y así termina nuestra historia...

  Incluso los corazones más pequeños pueden vivir grandes historias cuando siguen firme lo que sienten.


💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:

 1.   ¿Qué cualidad del soldadito te pareció más importante: su valentía, su constancia o su cariño por la bailarina?

 2.   ¿Cuál de sus decisiones te parece un buen ejemplo de nunca rendirse?

 3.   ¿Crees que la valentía del soldadito era más física o más emocional? ¿Por qué?