Caperucita roja

Autor original: Charles Perrault

Adaptado por Educrea                                  

                              

Había una vez una niña muy querida por todos en su pueblo. Era alegre, curiosa y tenía una sonrisa que iluminaba cualquier camino. Su abuelita, que la adoraba con el alma, le había hecho una caperucita de lana roja, tan suave y tan bonita, que cada vez que la niña la usaba parecía una pequeña chispa caminando entre los árboles. Por eso todos la llamaban Caperucita Roja.


Un día, la mamá de Caperucita horneó unas tortas calentitas y guardó un tarrito de mantequilla para la abuela, que estaba algo resfriada.


—Hija —le dijo con cariño—, lleva estos alimentos a tu abuelita y pregúntale cómo se siente. Pero recuerda: ve por el camino seguro, no te distraigas y no hables con desconocidos.


—Sí, mamá —respondió la niña, llena de entusiasmo.


Con su cestita al brazo y su caperucita roja ondeando al viento, Caperucita emprendió el camino hacia la otra aldea. El trayecto cruzaba un bosque lleno de hojas, pajaritos cantando y flores de todos los colores. Era un paisaje tan bonito que la niña se detenía a veces para admirarlo.


En una de esas pausas, entre los árboles apareció un lobo. Grande, de ojos despiertos y voz suave. No parecía agresivo; más bien, curioso.


—Buenos días, pequeña —dijo—. ¿Adónde vas tan temprano?


Caperucita, sin sospechas y porque no conocía el peligro de hablar con extraños, respondió con sinceridad:


—Voy a ver a mi abuelita. Le llevo torta y mantequilla porque está enfermita.


—¿Y vive muy lejos? —preguntó el lobo, inclinando la cabeza.


—Sí. Más allá del molino viejo, en la primera casita del pueblo —explicó ella.


El lobo sonrió con astucia.


—¡Qué coincidencia! Yo también voy por allá. ¿Qué te parece si tú vas por ese camino lleno de flores? Es más largo… pero mucho más bonito. Yo tomaré el otro.


A Caperucita le pareció una buena idea. Le encantaban las flores y los árboles. Así que se fue por el camino largo, mientras el lobo tomó el corto.


Mientras la niña recogía avellanas, seguía mariposas y hacía pequeños ramos, el lobo llegó antes a la casa de la abuela. Tocó la puerta suavemente.


—¿Quién es? —preguntó la abuelita desde la cama, algo cansada.


—Soy yo, Caperucita —respondió el lobo, imitando la voz de la niña—. Le traigo algo rico.


La abuelita, sin sospechar nada, le indicó cómo entrar. El lobo pasó, y como la abuelita necesitaba descansar, la ayudó a acomodarse en un ropero cercano para que estuviera tranquila. Luego, con rapidez, se puso su gorro y la manta, haciéndose pasar por ella.


Un tiempo después llegó Caperucita, llena de ilusión.


—Abuelita, ¿cómo estás? —dijo al entrar. Pero al acercarse a la cama notó algo extraño.


—Abuelita… —dijo despacio—, ¡qué brazos tan grandes tienes!


—Es para darte abrazos más apretaditos —respondió el lobo con voz suave.


—Abuelita, ¡qué orejas tan grandes!


—Para escucharte mejor, mi niña.


—Abuelita, ¡qué ojos tan grandes!


—Para verte con más cariño.


—Y abuelita… ¡qué dientes tan grandes!


El lobo respiró hondo y respondió con sinceridad:


—Es que no soy tu abuelita, Caperucita… Soy el lobo. Pero no tengas miedo. Solo quería conocerte y… creo que me equivoqué.


Caperucita dio un paso atrás, sorprendida, pero el lobo bajó la mirada, avergonzado.


—No quise asustarte. Y creo que tampoco fue buena idea esconder a tu abuela. Viene por aquí, está bien —dijo, ayudando a la abuelita a salir del ropero, sana y sin un rasguño.


La abuelita, aunque asustada, miró al lobo con firmeza.


—Lo importante —dijo— es que seas honesto de ahora en adelante.


Caperucita asintió.


—Y yo también aprendí —dijo con voz suave—. No debo hablar con desconocidos, aunque parezcan amables.


El lobo pidió disculpas sinceras y se marchó hacia el bosque, pensando en cambiar su comportamiento. Caperucita y su abuela disfrutaron juntas la torta y la mantequilla, conversaron largo y tendido, y prometieron cuidarse siempre.


Desde ese día, Caperucita caminó por el bosque con más atención, y el lobo… con más respeto.


🌟 Y así termina nuestra historia...

 La confianza se cuida con honestidad, y la prudencia es una forma de querernos y protegernos.

 

💬 Preguntas para compartir entre padres e hijos:

 1.   ¿Cómo habría cambiado la historia si Caperucita hubiese ido acompañada?

 2.   ¿Qué señales del cuento te indican que la situación no era segura?

 3.   ¿Qué le dirías tú a Caperucita si pudieras darle un consejo antes de entrar al bosque?