La gallina de los huevos de oro

Autor original: Esopo

Adaptado por Educrea                                  


                               

Había una vez, en una aldea rodeada de montañas verdes y caminos de tierra, un campesino llamado Mateo. Era un hombre bueno, trabajador y amable, pero muy pobre. Vivía en una pequeña casita de madera, junto a su esposa, Clara, y su perrito Chispa. Aunque no les sobraba nada, se querían mucho y se ayudaban en todo.


Cada mañana, Mateo salía muy temprano al campo. Mientras araba la tierra, suspiraba y pensaba:


—Ay… ojalá la suerte me sonriera algún día.


Una tarde, mientras el sol se escondía detrás de los cerros y el cielo se pintaba de naranjo y violeta, Mateo escuchó una vocecita detrás de un arbusto.


—¡Buenas tardes, buen hombre! —dijo un enanito de gorro azul y sonrisa traviesa—. Te he visto trabajar con tanto empeño y tan poco descanso, que quiero ayudarte.


Mateo, sorprendido, se quedó sin palabras.


—Toma esta gallina —continuó el enanito—. Cuídala bien, porque es muy especial. Cada día pondrá un huevo de oro.


Y sin esperar respuesta, el enanito desapareció entre una nube de polvo brillante.


Mateo, con el corazón latiendo rápido, llevó la gallina a su casa. Clara lo miró con los ojos muy abiertos.


—¿Una gallina mágica? —preguntó, incrédula.


—Eso parece… —respondió él, aún asombrado.


A la mañana siguiente, al revisar el gallinero, ¡no podían creerlo! Allí, sobre la paja, había un huevo reluciente, tan dorado como el sol. Clara lo tomó con cuidado, y ambos sonrieron emocionados.


Mateo llevó el huevo al pueblo y lo vendió en el mercado. Con el dinero, pudieron comprar comida, arreglar el techo y hasta regalarle un hueso a Chispa.


Los días pasaron, y la gallina siguió poniendo un huevo de oro cada mañana. La casa se llenó de alegría, y la familia empezó a vivir sin tantas preocupaciones.


Pero un día, mientras contaba sus monedas, Mateo pensó:


—Si cada día me da un huevo… ¿cuántos habrá dentro de ella? ¿Y si los saco todos de una vez?


Clara lo miró con preocupación.


—No, Mateo, no hagas eso. La gallina nos da lo que necesitamos, poco a poco. No hay que apurarse.


Pero la ambición se coló en el corazón del campesino, como una sombra silenciosa. Esa noche, mientras todos dormían, tomó la gallina entre sus manos y decidió descubrir su “secreto”.


A la mañana siguiente, cuando Clara despertó, el gallinero estaba en silencio. No hubo canto, ni relincho, ni brillo de oro. Mateo comprendió entonces lo que había hecho: había perdido a su gallina mágica por querer tenerlo todo de golpe.


Se sentó en el umbral de la casa y, con lágrimas en los ojos, murmuró:


—Fui tan ciego…


Clara lo abrazó con ternura.


—No importa el oro, Mateo. Lo importante es lo que tenemos: nuestro amor, nuestro trabajo y la lección que aprendimos.


Desde ese día, Mateo volvió a trabajar con más humildad y agradecimiento. Aprendió a valorar lo que tenía, sin dejar que la codicia lo guiara. Y aunque ya no hubo huevos de oro, su casa siguió llena de risas, pan recién horneado y tardes felices junto al fuego.



🌟 Y así termina nuestra historia...

La verdadera riqueza no está en tenerlo todo, sino en saber disfrutar lo que tenemos con gratitud y paciencia.


💬 Preguntas para conversar en familia:

1.  ¿Qué habría pasado si Mateo hubiese escuchado a Clara antes de actuar?

2.  ¿Qué crees que sintió Mateo cuando perdió a la gallina? ¿Por qué?

3.  Si tú hubieras tenido una gallina que daba un huevo de oro al día, ¿cómo la habrías cuidado?