La salchicha que no quería ser asadaAutor original: Anónimo OccidenteAdaptado por Educrea Había una vez una salchicha muy especial. No era una salchicha cualquiera: tenía ideas propias y un gran deseo de vivir una aventura diferente a la que todos esperaban de ella. Un día, un niño curioso, de unos siete años, fue con su mamá a la carnicería del barrio. Mientras el carnicero hablaba y hacía bromas con una señora, el niño vio una salchicha bien gordita y brillante sobre el mostrador. Le parecía tan apetecible que, sin pensarlo demasiado, la tomó y se la guardó en el bolsillo del pantalón. No pidió permiso, no pagó, no dijo nada. La salchicha, sorprendida, pensó: —¿Cómo? ¡Ni siquiera me preguntó! Camino a casa, el niño se sentía emocionado. Su idea era muy clara: cuando estuviera solo, la asaría y se la comería él solito, sin compartirla con nadie. Ese mismo día, en la tarde, la familia tuvo que salir rápido al campo para recoger el heno, porque se acercaba una tormenta. Entre las prisas, se olvidaron del niño en casa. Él, en lugar de asustarse, sintió que era su gran oportunidad. —¡Este es el momento perfecto! —susurró, mirando a todos lados. Fue a la cocina, puso una sartén sobre la cocina a leña y echó un poco de manteca. Encendió el fuego y, pronto, el fuego comenzó a chisporrotear. Las llamitas se movían inquietas y la manteca empezó a calentarse. La salchicha, que seguía en el bolsillo, sintió el calor y se alarmó. —¿Seré asada sin que nadie sepa siquiera cómo me llamo? —pensó, exagerando un poco—. ¡No, no quiero que me cocine este niño sin permiso y a escondidas! Cuando el pequeño se agachó para echar más leña al fuego, la salchicha aprovechó. Se deslizó muy despacio fuera del bolsillo y rodó, rodó, rodó hasta esconderse bajo el fogón, justo en el rincón más oscuro de la cocina. El niño estiró la mano para tomarla… pero el bolsillo estaba vacío. Buscó encima de la mesa, en la silla, en el piso. Se agachó, miró a un lado y a otro. Nada. —¿Dónde estás? —murmuró, cada vez más nervioso. Afuera, el cielo se oscureció de golpe. Un relámpago iluminó la casa y, enseguida, un trueno fuerte hizo vibrar las ventanas. El niño dio un salto del susto y se cubrió los ojos con las manos. En ese momento, la manteca de la sartén empezó a humear. El fuego estaba demasiado fuerte, y de pronto se levantaron pequeñas llamas sobre la sartén. Se oyó un ruido como de silbido. —¡Ay, no, el fuego! —gritó el niño, asustado. Corrió a la ventana y llamó: —¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor! La vecina, que pasaba cerca, dejó lo que estaba haciendo y entró corriendo a la casa. Vio la sartén humeando, el fuego creciendo, y rápidamente lo apagó con cuidado, protegiendo al niño y la cocina. —Respira, tranquilo —le dijo con voz suave—. Ya pasó. Menos mal me llamaste a tiempo. Luego, mirándolo con atención, preguntó: —Y ahora dime, ¿qué estabas haciendo tú aquí, solo, con una sartén al fuego? El niño no sabía qué responder. Intentó inventar explicaciones, dijo que solo quería practicar, que no era nada grave. La vecina lo escuchaba, pero algo no le calzaba. En eso, la mamá regresó del campo, preocupada por la tormenta y por su hijo. Apenas entró a la cocina, vio la sartén quemada, la manteca gastada y el rostro del niño rojo de nervios. —¿Qué ha pasado aquí? —preguntó, muy seria. El niño bajó la mirada. Sentía un nudo en la garganta. Mientras tanto, la única que sabía toda la verdad era la salchicha, que seguía escondida en la oscuridad, debajo del fogón. No tenía lengua para hablar, pero sí un delicioso aroma. Poco a poco, empezó a desprender un olor tan rico, tan tentador, que el perrito de la casa, que dormía en un rincón, abrió los ojos de inmediato. El perro olfateó el aire. —Mmm… aquí huele a algo sabroso —pensó, moviendo la cola. Siguió el rastro, se acercó al fogón, metió el hocico por debajo y, al fin, encontró la salchicha. Con mucho gusto, la tomó con cuidado entre sus dientes y salió orgulloso, mostrando su tesoro ante todos. La mamá y la vecina lo vieron alumbrados por la luz de un relámpago que entró por la ventana. La mamá frunció el ceño. —¿De dónde salió esa salchicha? —preguntó, mirando al niño. El pequeño sintió que el corazón le latía muy fuerte. Sabía que ya no podía seguir inventando historias. Respiró hondo y, con voz bajita, confesó: —La tomé de la carnicería sin pagar… Quería asarla solo para mí. La mamá no lo gritó ni lo humilló, pero sí se puso muy seria. Se sentó a su lado, lo miró a los ojos y le explicó: —Tomar cosas sin permiso no es un juego. Es injusto y puede hacer daño a otros. Y encender fuego solo, sin un adulto, es muy peligroso. Hoy podríamos haber tenido un gran incendio. El niño sintió vergüenza, pero también alivio por haber dicho la verdad. Unas lágrimas asomaron en sus ojos. —Lo siento, mamá… —susurró. —Arreglar lo que hiciste también es parte de pedir perdón —continuó ella—. Mañana irás conmigo a la carnicería. Le explicarás al carnicero lo que pasó y le pagarás la salchicha con tus ahorros. El niño asintió, aunque sabía que le costaría. El perrito, sin entender nada del conflicto moral, se llevó la salchicha para el jardín y la dejó libre, volviendo a casa y moviendo la cola como si celebrara el final de la historia. Al día siguiente, el niño fue con su madre a la carnicería. Con voz temblorosa, le contó al carnicero lo que había hecho. El hombre lo escuchó con atención y, al ver su sinceridad, aceptó el pago y le dijo: —Lo importante es que has sido honesto y has aprendido. Confío en que no volverás a hacerlo. Y desde entonces, el niño nunca más tomó algo sin permiso. Aprendió que la honestidad, aunque a veces cueste, lo hace sentir más tranquilo y orgulloso de sí mismo. La salchicha que no quería ser asada consiguió, al final, algo muy valioso: ayudó a que un niño aprendiera a decir la verdad y a cuidar de sí mismo y de los demás. 🌟 Y así termina nuestra historia... Que nos recuerda que decir la verdad, pedir perdón y asumir las consecuencias de nuestros actos nos ayuda a crecer y a cuidar mejor a quienes nos rodean. 💬 Preguntas para conversar en familia: 1. ¿Qué opinas de la decisión del niño de guardar la salchicha en su bolsillo sin decir nada? 2. Si tú hubieras sido la salchicha, ¿qué habrías pensado cuando el niño te tomó sin permiso? 3. ¿Qué parte del cuento te dio más nervios o sorpresa? ¿Por qué? |
