Peter Pan
Autor original: Cuentos folclóricosAdaptado por Educrea Era de noche en la ciudad y la casa de los Darling estaba en silencio. Wendy, Juan y Miguel ya se habían puesto el pijama, pero no tenían nada de sueño. Les encantaba ese momento del día en que, antes de dormir, podían hablar de aventuras imaginarias. —Cuando sea grande quiero seguir creyendo en las hadas —dijo Wendy, abrazando su almohada. Juan, que se creía muy valiente, respondió: —Y yo quiero ser un héroe que lucha contra piratas. Miguel, el más pequeño, solo levantó su osito de peluche como si fuera un gran guerrero. De pronto, una lucecita brillante entró por la ventana, moviéndose de aquí para allá, como una pequeña estrella traviesa. Tras ella apareció un niño que volaba, con ropa verde y una sonrisa alegre que parecía no acabarse nunca. —¡Es Peter Pan! —gritó Wendy, con los ojos abiertos como platos. —Y yo soy Campanilla —sonó una voz muy suave, mientras la luz daba pequeñas vueltas en el aire. Peter saludó con una reverencia exagerada. —Vengo del País de Nunca Jamás, un lugar donde los niños nunca crecen y las aventuras nunca se acaban. ¿Quieren venir conmigo? El corazón de los tres hermanos comenzó a latir muy rápido. Wendy miró a sus hermanos y, con una mezcla de emoción y nervios, dijo: —Si vamos, ¿podremos volver a casa? —Claro —respondió Peter—. Siempre se puede volver al lugar que uno quiere. Campanilla agitó sus manos brillantes y dejó caer polvitos mágicos sobre los tres hermanos. —Piensen en algo muy feliz —dijo Peter—. ¡Y ahora… a volar! Wendy, Juan y Miguel sintieron cosquillas en la barriga y, poco a poco, comenzaron a elevarse. Primero un poquito, luego más, hasta salir por la ventana, riendo y tomados de la mano. Volaban sobre los tejados, sobre las nubes y la ciudad que se hacía cada vez más pequeñita. —¡Nos vamos al País de Nunca Jamás! —gritó Peter, dando una vuelta en el aire. Volaron, volaron, como cometas en el cielo, hasta que Peter señaló hacia abajo: —Miren, allí está el barco del capitán Garfio. En el mar, un barco pirata se mecía sobre las olas. En la cubierta se veía a un pirata de abrigo rojo, bigote torcido y una mano cubierta por un garfio brillante. Tenía cara de estar siempre de mal humor. —El capitán Garfio no es muy amable que digamos —explicó Peter—, pero por ahora no se preocupen por él. Campanilla, por favor, lleva a nuestros amigos a un lugar seguro mientras yo vigilo al pirata. Campanilla, sin embargo, se sentía un poco celosa. Le molestaba que Peter mirara tanto a Wendy y le contara sus secretos. “¿Y yo qué?”, pensó el hada, con un pinchazo de tristeza en el pecho. Así que, cuando llegaron a la isla, voló adelante y fue a hablar con los Niños Perdidos, el grupo de amigos de Peter que vivían allí. —Esa niña nueva no es buena —les dijo Campanilla, cruzando los brazos—. Mejor manténganse lejos de ella. Los Niños Perdidos se confundieron. Cuando Wendy llegó, algunos la miraron con desconfianza y otros dijeron cosas poco amables que hicieron que Wendy bajara la mirada. Por suerte, Peter apareció justo a tiempo. —¡Alto! —exclamó—. ¿Por qué tratan mal a mi amiga Wendy? —Campanilla nos dijo que era mala —contestaron los Niños Perdidos. Peter miró al hada con seriedad. Campanilla sintió calor en las mejillas; sabía que se había equivocado. —Yo… tenía miedo de que te olvidaras de mí —confesó, con voz pequeñita—. Me puse celosa. Lo siento, Wendy. No debí hablar así de ti. Wendy, con ternura, respondió: —A veces nos equivocamos cuando tenemos miedo de perder a alguien. Pero podemos aprender y hacerlo mejor la próxima vez. Te perdono, Campanilla. El rostro del hada se iluminó otra vez, esta vez con un brillo suave y agradecido. La aventura recién empezaba. Peter llevó a todos a visitar la aldea de los indios. Allí, el gran jefe los recibió muy serio y preocupado. —Estoy muy triste —dijo—. Mi hija Lili salió por la mañana y aún no regresa. Peter sintió un nudo en el corazón. Él se consideraba el protector de la isla. —No se preocupe, gran jefe —dijo con firmeza—. La encontraremos. Con Wendy a su lado, Peter buscó por toda la isla. Miraron entre los árboles, en las cuevas y hasta en las nubes de espuma de la playa de las sirenas. Finalmente, la encontraron en la orilla del mar. Lili estaba atada a una roca, mientras el capitán Garfio caminaba nervioso de un lado a otro, exigiéndole que contara dónde vivía Peter. —No te diré nada —respondía Lili, valiente, aunque tenía miedo. Garfio fruncía el ceño y pisaba fuerte. En ese momento, se escuchó una voz clara desde el aire: —¡Eh, capitán Garfio! ¡Deja en paz a Lili y enfrenta a alguien de tu tamaño! Peter bajó como un rayo y, con la ayuda de Wendy y Campanilla, logró soltar las cuerdas que atrapaban a la niña. El capitán Garfio intentó acercarse, pero de pronto se oyó un sonido muy particular: “tic-tac, tic-tac”. —¡El cocodrilo! —gritó Garfio, temblando. Aquel cocodrilo lo había asustado desde hacía mucho tiempo, porque una vez se había comido un reloj que no paraba nunca. Garfio estaba tan nervioso que resbaló y cayó al agua. El cocodrilo lo empezó a seguir, pero la historia no cuenta nada más; solo sabemos que el capitán Garfio y su tripulación se alejaron mar adentro, cada vez más pequeños, hasta desaparecer en el horizonte. Peter llevó a Lili de vuelta con su padre. El gran jefe, emocionado, organizó una gran fiesta. Hubo música, danzas y sonrisas por todas partes. Los niños se sintieron felices y cuidados. Pero la noche volvió, y Wendy miró el cielo con un suspiro. —Creo que es hora de regresar a casa. Mis padres deben estar preocupados. Peter los acompañó, junto a Campanilla. Volaron de regreso, más despacio esta vez, disfrutando cada estrella. Al llegar a la ventana de la habitación, Peter les dijo: —Aunque crezcan, no pierdan la fantasía ni la imaginación. El País de Nunca Jamás siempre vivirá en sus corazones. Y quién sabe… quizás algún día volvamos a vivir otra aventura. —Gracias, Peter Pan —dijo Wendy, con los ojos brillantes—. No te olvidaremos. —Ni yo a ustedes —sonrió él. Los niños se acurrucaron bajo las mantas, sintiendo ese cansancio dulce después de un día especial. Afuera, la ciudad dormía, pero dentro de ellos algo se había despertado: la certeza de que la imaginación y la amistad son tesoros que vale la pena cuidar. 🌟 Y así termina nuestra historia... A veces sentimos celos, miedo o enojo, pero cuando hablamos con sinceridad, pedimos perdón y cuidamos a quienes queremos, descubrimos que la amistad, la valentía y la imaginación pueden hacer de nuestra vida una gran aventura. 💬 Preguntas para conversar en familia: 1. ¿En qué momentos tú te has sentido como Wendy, Peter o Campanilla, con emociones mezcladas entre alegría, miedo o celos? 2. Si pudieras visitar tu propio “País de Nunca Jamás”, ¿cómo sería y a quién invitarías para vivir una aventura contigo? 3. ¿Qué cosas puedes hacer cada día para cuidar la amistad y la confianza en tu familia, igual que los personajes del cuento se cuidaban unos a otros? |
