Los elfos y el zapatero

Autor original: Hermanos Grimm

Adaptado por Educrea                                  


Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas suaves y praderas verdes, un zapatero llamado Tomás. Era un hombre amable, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara, pero tan pobre que un día solo pudo comprar un trozo de cuero suficiente para fabricar un único par de zapatos.


Aquella tarde, mientras preparaba la mesa de trabajo, suspiró con tristeza.


—Ojalá las cosas mejoren pronto… —murmuró, mirando a su esposa, Clara, que lo escuchaba con ternura.


Ella le tomó la mano y dijo con voz suave:


—Tenemos poco, pero nos tenemos el uno al otro. Algo bueno llegará, ya lo verás.


Tomás cortó el cuero con cuidado y dejó todo listo para el día siguiente. Estaba tan cansado que decidió acostarse temprano. La noche fue tranquila; solo se escuchaba el viento moviendo las ramas y un búho que cantaba a lo lejos.


A la mañana siguiente, cuando el zapatero bajó al taller, se detuvo de golpe. ¡No podía creer lo que veía! Sobre la mesa había un par de zapatos completamente terminados. Eran preciosos: puntadas firmes, cuero brillante, forma perfecta. Parecían hechos por un artesano experto… o por alguien con un don especial.


—¡Clara, ven rápido! —gritó emocionado.


Ella bajó corriendo, se llevó las manos al pecho y dijo:


—Tomás… ¡nunca había visto un trabajo tan delicado!


No habían terminado de admirarlos cuando un caminante pasó por la tienda, los vio y los compró encantado, pagando más de lo que valían.


Con ese dinero, Tomás pudo comprar cuero para dos pares. Esa noche preparó los moldes, ordenó la mesa y volvió a acostarse. Y, una vez más, al despertar encontró dos 

pares de zapatos terminados, aún más bellos que los anteriores.


Los días pasaron, y siempre ocurría lo mismo: el cuero que Tomás dejaba cortado aparecía convertido en zapatos impecables al amanecer. Gracias a esto, la tienda empezó a llenarse de clientes felices; nunca faltó comida en la mesa y la casa volvió a llenarse de risas.


Cuando ya se acercaba la Navidad, Tomás dijo:


—Clara, creo que debemos descubrir quién nos ayuda cada noche.


—Estoy de acuerdo —respondió ella con una sonrisa curiosa—. No quiero seguir sin agradecerles.


Esa noche se escondieron detrás de un mueble del taller, temblando un poco de nervios y emoción. El reloj marcó las doce campanadas y, de pronto, dos diminutas figuras aparecieron brincando. Eran dos elfos pequeñitos, con brillantes ojos alegres y sonrisas traviesas. Pero estaban… ¡desnudos! No parecía importarles, porque reían mientras trepaban a la mesa y comenzaban a coser con una rapidez increíble.


La aguja iba y venía casi como si bailara. El hilo volaba entre sus manos diminutas. En un abrir y cerrar de ojos, terminaron el trabajo y desaparecieron, saltando como si el suelo fuera una cama elástica.


Cuando Tomás y Clara salieron de su escondite, tenían el corazón latiendo rápido.


—Son tan pequeños… y no tenían ropa —dijo ella con preocupación—. Deberíamos hacerles trajes nuevos para agradecerles lo que han hecho por nosotros.


Tomás asintió de inmediato.


—Tienes razón. Les haremos algo bonito.


Pasaron el día cosiendo con cariño: diminutas camisas, pantaloncitos, un vestido pequeño, sombreritos y hasta unos calcetines minúsculos. Cuando terminaron, los dejaron cuidadosamente sobre la mesa donde los elfos trabajaban cada noche.


A la medianoche, los elfos aparecieron como siempre, pero esta vez se quedaron quietos al ver las ropitas. Se miraron el uno al otro con sorpresa, como si no creyeran que fuese para ellos. Entonces, con risitas alegres, comenzaron a vestirse.


—¡Míranos! —parecían decir con sus pasos rápidos—. ¡Qué guapos estamos!


Dieron un pequeño baile, saltando y girando como si celebraran un gran regalo.


—¿Para qué seguir trabajando como antes si ahora tenemos ropa nueva y calentita?


Y así, felices y cantando, desaparecieron para siempre.


Tomás y Clara se quedaron en silencio, con una mezcla de alegría y nostalgia. Aunque los elfos ya no volvieron, la buena suerte no se fue de su lado. Su trabajo era conocido en todo el pueblo, y nunca más les faltó lo necesario para vivir.


Cada Navidad, al encender las velas, recordaban con gratitud a los pequeños amigos que habían cambiado su destino con generosidad y cariño.



🌟 Y así termina nuestra historia...

La gratitud y la bondad que ofrecemos a otros siempre vuelven a nosotros de alguna manera, a veces de formas tan mágicas como inesperadas.


💬 Preguntas para conversar en familia:

1. ¿Qué parte del cuento te hizo sentir más alegría? ¿Y cuál te dio un poquito de sorpresa?


2. ¿Qué enseñan Tomás y Clara al decidir confeccionar ropa para los elfos?


3. ¿Qué decisiones importantes tomaron Tomás y Clara en esta historia?