El Niño Travieso

Autor original:  Hans Christian Andersen

Adaptado por Educrea                                  


Érase una vez un anciano poeta, un hombre de corazón amable y palabras suaves, que vivía en una casita rodeada de manzanos. Aquella tarde, mientras el cielo se volvía gris y la lluvia golpeaba con fuerza las ventanas, él se sentó junto a la estufa. Había puesto a asar unas manzanas, y el aroma dulce llenaba la habitación, haciéndola sentir aún más acogedora.


Afuera, el viento silbaba con tal intensidad que parecía querer entrar.


—Pobre de quienes estén bajo esta tormenta —murmuró el poeta, con sincera preocupación.


De pronto, entre el ruido de la lluvia, se escuchó un golpecito tembloroso en la puerta.


—¡Ábrame, por favor! ¡Tengo mucho frío! —exclamó una vocecita infantil.


El anciano se levantó enseguida. Al abrir la puerta, encontró a un niño pequeño completamente empapado. El agua caía de sus rizos dorados y sus dientes castañeteaban sin parar.


—¡Querido niño! —dijo el poeta, lleno de compasión—. Ven adentro, vas a enfermar con este frío.


El pequeño entró titiritando. Sus ojos brillaban como dos estrellas y, aunque estaba pálido, se notaba que era un niño hermoso. Llevaba en la mano un pequeño arco mojado y unas flechas cuyos colores se habían corrido por la lluvia.


El anciano lo sentó cerca del fuego, lo envolvió con una manta y le calentó las manos entre las suyas.


—Aquí tienes un poco de leche tibia y una manzana calentita —le ofreció con cariño—. Te hará bien.


Poco a poco, el niño fue recuperando color. Sus mejillas se encendieron como dos manzanas rojas y una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro. Cuando se sintió mejor, se bajó de un salto y empezó a dar pequeñas vueltas alrededor del cuarto, riéndose y moviéndose como si fuera una chispa viva.


—Eres un niño alegre —dijo el poeta, encantado—. ¿Cómo te llamas?


—Me llamo Amor —respondió el pequeño, con un guiño—. ¿No me conoces?


El anciano abrió los ojos sorprendido.


—¿Amor? ¿Así, sin más?


—Así mismo —dijo el niño—. Y aquí está mi arco. Con él hago que el corazón de las personas sienta cosas… especiales.


El anciano observó el arco mojado y los colores deslavados de las flechas.


—Creo que está un poco estropeado, pequeño.


—¿Estropeado? ¡Qué va! —respondió Amor, levantándose del suelo—. Mira, ya se secó. Funciona perfecto. Voy a probarlo.


Antes de que el poeta pudiera decir algo, Amor tensó la cuerda, eligió una flecha brillante… ¡y la disparó directo al corazón del anciano!


El poeta dio un pequeño salto, no de dolor físico, sino de esa extraña sensación que a veces aprieta el pecho cuando llega una emoción inesperada.


Amor sonrió, satisfecho.


—¿Ves? Mi arco está perfecto.


Y sin más, salió corriendo hacia la puerta, riendo mientras la tormenta se disipaba y la luna iluminaba el camino.


El poeta, todavía sorprendido, llevó la mano a su pecho.


—¡Qué niño tan travieso! —exclamó, aunque no podía evitar sonreír—. He sido bueno con él… y aun así me lanzó su flecha.


Con el paso de los días, el anciano comenzó a contarle a niños y niñas lo ocurrido. Les decía:


—Tengan cuidado con Amor. A veces llega cuando uno menos lo espera. Se acerca disfrazado, escondido, o simplemente aparece sonriendo. Y aunque parezca un niño inofensivo, tiene una manera muy curiosa de tocar el corazón.


Decía también que Amor se paseaba por todos lados:


Cuando los estudiantes salían de clase, él se mezclaba entre ellos como si fuera un compañero más.


En los teatros se escondía entre las luces, haciendo brillar los ojos del público.


Corría por jardines, plazas y calles, siempre listo para lanzar una de sus flechas especiales.


Y lo más sorprendente para los niños y niñas que escuchaban al poeta era descubrir que Amor había flechado también a sus padres… y hasta a sus abuelos, muchos años atrás.


—¡Vaya con este pequeño travieso! —decía el anciano—. Pero ahora ustedes ya lo conocen. Y cuando algún día sientan una emoción fuerte, de esas que hacen palpitar el corazón… tal vez recuerden mi historia y sepan que Amor andaba cerca.


🌟 Y así termina nuestra historia...

  A veces, las emociones llegan sin avisar, pero todas ellas nos enseñan a sentir, a cuidar y a crecer junto a quienes queremos.


💬 Preguntas para conversar en familia:

1. ¿Qué emoción crees que sintió el poeta cuando el niño Amor le disparó su flecha?


2. ¿Por qué crees que Amor aparece cuando las personas menos lo esperan?


3. ¿Has sentido alguna vez que una emoción te sorprendió? ¿Cómo la viviste y con quién la compartiste?