La Princesa del GuisanteAutor original: Hans Christian AndersenAdaptado por Educrea Érase una vez, en un reino rodeado de bosques frondosos y colinas suaves, un joven príncipe que soñaba con encontrar a una princesa de verdad. Él no buscaba solo una corona o un título elegante; anhelaba conocer a alguien sincera, amable, sensible y auténtica. Así que partió a recorrer el mundo. Visitó castillos enormes, palacios brillantes y pequeñas islas donde vivían familias reales. Conoció a muchas jóvenes, todas encantadoras, pero siempre había algo que no calzaba: algunas parecían demasiado pendientes de las apariencias, otras no mostraban verdadera empatía, y otras simplemente no compartían su manera de ver la vida. Después de muchos viajes y desilusiones, regresó al castillo con el corazón un poco cansado. “¿Será que una princesa auténtica existe de verdad?”, se preguntaba mientras caminaba por los pasillos silenciosos del palacio. Una tarde, cuando el cielo se cubrió de nubes oscuras y el viento comenzó a soplar con fuerza, estalló una tormenta impresionante. Los rayos iluminaban el cielo como si fueran pinceladas de luz, y los truenos hacían vibrar las ventanas. Llovía tanto que casi parecía que el cielo se había abierto de par en par. En medio de ese caos, alguien golpeó la gran puerta de la ciudad. El anciano rey, curioso y siempre dispuesto a ayudar, bajó a abrir. Al abrir la puerta, vio a una joven completamente empapada. Su cabello chorreaba, la capa estaba pegada a su cuerpo por la lluvia y sus zapatos sonaban squish, squish al caminar. Sin embargo, pese a su aspecto desordenado, la joven se mantenía erguida, con una expresión amable y una sonrisa tímida. —Buenas noches —dijo la muchacha, con voz suave—. Sé que no es un buen momento, pero… soy una princesa. Una verdadera. El rey levantó las cejas. No era común que una princesa viajara sola bajo una tormenta. Invitarla a pasar era lo correcto, pero ¿cómo saber si decía la verdad? La reina, que observaba desde la escalera con sus ojos atentos y sabios, tuvo una idea. No quería juzgar a la joven por su apariencia ni por su palabra; ella confiaba en los pequeños detalles, en esas cosas invisibles que revelan cómo es una persona realmente. Y en su reino, existía una antigua prueba: la prueba del guisante. Sin decir nada, la reina fue al dormitorio de invitados. Allí levantó la parte inferior de una enorme cama, colocó un pequeño guisante —uno verde, redondito y suave— y encima puso veinte colchones. Y por si fuera poco, añadió veinte edredones esponjosos. La cama quedó tan alta que parecía una torre hecha de nubes. —Aquí dormirás esta noche —le dijo amablemente a la joven. La princesa agradeció con una sonrisa y subió a la cama con un poco de esfuerzo, tratando de no hacer ruido. Cuando se acomodó, suspiró profundamente. Había sido un día largo, lleno de lluvia y caminos difíciles. A la mañana siguiente, la reina y el príncipe esperaban ansiosos. La princesa bajó con una expresión sorprendida. —Les agradezco la hospitalidad —comenzó—, pero debo confesar que no descansé muy bien. Algo en la cama me molestaba. Era como si hubiera un pequeño bultito debajo… lo suficiente para no dejarme dormir tranquila. El príncipe abrió los ojos con asombro. La reina sonrió. Y el rey dejó escapar una risa suave. Solo alguien con una sensibilidad extraordinaria —no solo física, sino también emocional— podría haber sentido un guisante bajo tantos colchones. Aquello era una señal de delicadeza, atención y empatía… justo lo que ellos valoraban en una princesa. El príncipe sintió que algo cálido le llenaba el pecho. No porque hubiera “pasado una prueba”, sino porque aquella joven, incluso cansada y empapada, había mostrado sinceridad, amabilidad y un corazón atento. Con el tiempo, se conocieron mejor, compartieron historias y risas, y descubrieron que tenían mucho en común. Finalmente, decidieron casarse y construir una vida juntos basada en el respeto y la autenticidad. El pequeño guisante fue guardado cuidadosamente en una vitrina del castillo, como recuerdo de aquella noche lluviosa y de lo que realmente importa: ser uno mismo. 🌟 Y así termina nuestra historia... A veces, lo más pequeño revela lo más verdadero: ser auténticos es el tesoro más valioso que podemos ofrecer al mundo. 💬 Preguntas para conversar en familia: 1. ¿Qué crees que significa “ser auténtico” y por qué es importante en las amistades y la familia? 2. ¿Alguna vez te has sentido diferente o especial por algo único en ti? ¿Cómo lo viviste? 3. Si tú hubieras recibido a la princesa bajo la tormenta, ¿Qué habrías hecho para hacerla sentir bienvenida? |
