El Patito Feo

Autor original:  Hans Christian Andersen

Adaptado por Educrea                                  


En un rincón tranquilo del campo, donde el sol parecía jugar entre las hojas verdes y las mariposas danzaban sin prisa, una mamá pata esperaba con ilusión a sus bebés. Su nido estaba escondido entre plantas enormes, tan grandes que podrían haber sido paraguas para un niño curioso. Allí, protegida del viento y del ruido, la pata había cuidado sus huevos con paciencia… o al menos con la paciencia que podía reunir, porque llevaba muchos días esperando.


Uno a uno, los huevos comenzaron a abrirse. “¡Pip, pip!”, dijeron los patitos mientras rompían el cascarón y asomaban sus cabecitas amarillas y suaves. Todos eran pequeñitos, esponjosos y llenos de energía. La mamá pata los miró orgullosa… hasta que notó que uno de los huevos, el más grande, seguía intacto.


—Ay, este necesita más tiempo —suspiró, acomodándose de nuevo.


Al fin, el huevo se rompió. Y lo que salió de él hizo que la mamá abriera los ojos muy grandes. ¡Aquel patito era distinto! Más grande, de plumón gris y con un aspecto algo torpe, aunque con una mirada dulce y curiosa.


—Eres diferente, pero también eres mío —dijo la mamá pata, dándole un suave empujoncito cariñoso para que se uniera a los demás.


Al día siguiente, todos fueron juntos al agua. Los patitos se lanzaron sin miedo, moviendo sus patitas con alegría, y el patito gris nadó tan bien como cualquiera. Pero cuando la mamá los llevó al corral para presentarlos, comenzaron los problemas. Algunos animales fruncieron el pico, otros susurraron palabras hirientes, y más de uno lanzó miradas despectivas.


—¡Qué raro se ve! —decían.


—¡No se parece a nadie! —gritaban otros.


El patito feo intentaba mantenerse cerca de su mamá, pero poco a poco empezaba a sentirse pequeño por dentro, como si todo su gris se hubiera colado en su corazón. Aun así, trataba de ser amable. Saludaba, hacía pequeñas reverencias… nada parecía funcionar.


Con el paso de los días, la situación se volvió más difícil. Lo empujaban, lo alejaban de la comida y se burlaban sin descanso. Una tarde, cansado de aguantar miradas y comentarios, el patito decidió huir. Corrió entre hojas y ramas hasta llegar a un pantano tranquilo, donde el silencio lo abrazó por primera vez en mucho tiempo.


Allí conoció a otros animales. Algunos lo toleraron, otros lo miraron con curiosidad, pero nadie quiso estar mucho rato con él. El patito, aun así, agradeció que no lo rechazaran de inmediato. Pasó los días escondido entre juncos, deseando que alguien lo aceptara tal como era.


Llegó el otoño, y el frío empezó a apretar. Los árboles cambiaron de color, las hojas volaron como cartas al viento, y el patito, sin un sitio seguro al que volver, buscó refugio. Una tarde vio pasar por el cielo unas aves tan blancas y majestuosas que le hicieron latir el pecho de una forma nueva. Eran cisnes. Nunca había visto criaturas tan hermosas.


—Ojalá pudiera ser como ellos… —susurró con melancolía.


El invierno fue duro. El patito sufrió hambre, frío y soledad, pero resistió. Y cuando al fin llegó la primavera, la luz volvió a pintar el mundo de colores suaves. El patito, ya más grande y fuerte, abrió sus alas… y para su sorpresa, pudo elevarse un poco del suelo.


Voló hasta un jardín lleno de flores y un lago cristalino. Allí, tres cisnes nadaban con elegancia. El patito, lleno de nervios, se acercó con respeto.


—Sé que soy diferente… si quieren que me vaya, me iré —dijo bajando la cabeza.


Pero al mirar su reflejo en el agua, se quedó sin palabras. El agua mostraba un ave blanca, esbelta y hermosa. Él. Era él.


—¡Soy como ustedes! —exclamó con una mezcla de sorpresa y alegría.


Los cisnes lo rodearon y lo recibieron con suavidad, como si siempre hubiera pertenecido a ese lugar. En ese instante, el patito —ahora un hermoso cisne— sintió que todo el dolor vivido lo había llevado justo donde necesitaba estar.


Los niños del jardín corrieron a verlo.


—¡Un cisne nuevo! ¡Y es precioso! —decían emocionados.


El cisne bajó la cabeza con timidez, pero por primera vez en su vida, no por vergüenza… sino por gratitud.


🌟 Y así termina nuestra historia...

A veces, el camino para descubrir quiénes somos puede ser difícil, pero con paciencia y valentía podemos encontrar el lugar donde brillamos tal como somos.


💬 Preguntas para conversar en familia:

1. ¿Alguna vez has sentido que eras diferente a los demás? ¿Cómo te hizo sentir?


2. ¿Qué podemos hacer para que quienes se sienten solos o distintos se sientan acompañados?


3. ¿Qué aprendiste del patito que podría ayudarte cuando te enfrentes a momentos difíciles?