El Hombre del Saco

Autor original: Anónimo (Occidente)

Adaptado por Educrea                                  


Había una vez un matrimonio que vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas, casas tranquilas y senderos de tierra que olían a sol. Tenían tres hijas muy queridas: la mayor era risueña, la del medio curiosa, y la menor, que tenía una leve cojera, era dulce y soñadora. A pesar de sus diferencias, las tres niñas eran trabajadoras, amables y siempre estaban dispuestas a ayudar.

Un día especial, sus padres decidieron regalarles un anillo de oro a cada una, como símbolo del cariño y la confianza que sentían por ellas. Las niñas lo recibieron con orgullo, brillándoles los ojos como si llevaran un tesoro en las manos.

Una tarde, mientras conversaban con sus amigas, se dijeron:

—¿Y si vamos a la fuente? El día está hermoso.

La fuente quedaba justo a las afueras del pueblo, rodeada de árboles y con un murmullo de agua que parecía contar historias. Las niñas se entusiasmaron, pero la hermana menor dudó un momento. Sabía que su madre siempre se preocupaba un poco más por ella.

—¿Puedo ir, mamá? —preguntó con suavidad.

Su madre la miró con cariño y también con un poco de miedo.

—No estoy segura, hija. No vaya a aparecer ese viejo gruñón que asusta a los niños diciendo que tiene un saco gigante… y como caminas más lento, podría incomodarte.

Pero la pequeña insistió con tanta ternura que al final su madre sonrió y la dejó ir.

—Está bien, ve con tus hermanas. Pero cuiden unas de otras.

Las niñas partieron contentas. La menor llevaba un cestito con ropa para lavar, porque le gustaba dejar sus cosas limpias y ordenadas. Al llegar a la fuente, se puso a lavar y dejó su anillo sobre una piedra brillante.

Las risas llenaron el aire. Jugaban, salpicaban agua y contaban historias. De pronto, una de las amigas señaló hacia el sendero.

—¡Miren! ¡Allá viene el hombre del saco!

No era más que un viejo vestido con ropa desgastada y un saco enorme sobre la espalda, pero su figura resultaba inquietante para quienes no lo conocían.

—¡Corramos! —gritaron todas.

Y salieron corriendo a toda velocidad. La pequeña también corrió, pero sus pasos eran más cortos y pronto quedó un poco atrás. Cuando estaba por alcanzar a las demás, algo le apretó el corazón.

—¡Mi anillo! —susurró.

Se detuvo, miró a su alrededor y, sin ver al viejo cerca, regresó rápidamente a buscarlo. Pero al llegar, la piedra estaba vacía.

—¿Dónde está…? —murmuró mientras revisaba el suelo.

En ese momento apareció un anciano desconocido, de barba blanca y ojos pequeños, pero con una sonrisa que intentaba ser amable.

—¿Buscas esto? —preguntó señalando su saco.

—Se me perdió un anillo de oro. ¿Lo ha visto por aquí? —preguntó ella con esperanza.

—Puede que esté dentro de mi bolsa —respondió el viejo—. Si quieres, puedes mirar.

La niña, pensando que el señor solo quería ayudar, se acercó. El saco era grande, oscuro y olía a tierra húmeda. Con cuidado, se asomó un poco… y antes de que pudiera reaccionar, el viejo cerró el costal y lo cargó al hombro.

Ella se sorprendió, pero él habló con voz firme aunque no agresiva:

—No te preocupes, pequeña. Solo necesito que cantes cuando te lo pida. Es para ganarme unas monedas. No te haré daño.

La niña, nerviosa, decidió mantenerse calmada. Después de todo, no tenía otra opción.

Fueron de pueblo en pueblo. Y cada vez que el viejo decía:

—Canta, saco, o te doy una sacudida…

Ella cantaba con una voz suave:

Por un anillo de oro
que en la fuente me dejé,
estoy metida en este saco
¿quién me ayudará? Ya no sé…

La gente quedaba maravillada pensando que el saco tenía magia.

Hasta que un día llegaron, sin saberlo, a una casa donde la niña era conocida. Cuando el viejo pidió que el saco cantara, las hermanas reconocieron la voz de inmediato. Rápidamente lo invitaron a pasar la noche, y el hombre aceptó encantado por la comida gratis.

Mientras él iba a comprar vino, los padres abrieron el saco, abrazaron a la niña con fuerza y escucharon todo lo que había pasado. Para evitar riesgos, la escondieron en una habitación segura. Luego, pusieron en el saco a un perro pequeño y a un gato travieso, que se miraron entre sí como diciendo: “¿Qué hacemos aquí?”

A la mañana siguiente, el viejo se fue sin sospechar nada. Llegó a otro pueblo, reunió gente y ordenó:

—Canta, saco, o te doy una sacudida.

Pero esta vez el saco no cantó. Solo se escuchó un “miau” apretado y un “guau” impaciente.

Al abrirlo, el gato saltó como un rayo y el perro salió detrás, ladrando con fuerza. La gente, al ver que el viejo había engañado a todos simulando magia, se enfadó y lo reprendió por mentiroso. Él salió corriendo, prometiendo no volver a asustar ni engañar a nadie más.

La niña volvió con su familia, que la cuidó, la abrazó y la ayudó a sentirse tranquila otra vez. Desde ese día, cada vez que iba a la fuente, lo hacía acompañada y orgullosa de lo valiente que había sido.

🌟 Y así termina nuestra historia...

A veces confiar es importante, pero también lo es cuidarnos y pedir ayuda cuando algo nos incomoda; la valentía también consiste en saber protegerse.


💬 Preguntas para conversar en familia:

1. ¿Qué habrías hecho tú si hubieras perdido algo importante como el anillo?


2. ¿Cómo crees que las hermanas podrían ayudar a la menor a sentirse más acompañada en sus aventuras?


3. ¿En qué momentos has necesitado pedir ayuda y quiénes estuvieron contigo?