El bigote del Tigre

Autor original: Anónimo (Oriente)

Adaptado por Educrea                                  


Había una vez, en un pequeño pueblo entre montañas y arrozales, una joven llamada Yun Ok. Era amable, trabajadora y profundamente cariñosa. Un día, sintiendo el corazón apretado y lleno de preocupación, decidió subir hasta la casa del ermitaño de la montaña, un sabio conocido por escuchar a quienes buscaban ayuda.


Cuando Yun Ok entró, el sabio no levantó la mirada de la chimenea donde el fuego chisporroteaba suavemente. Con voz tranquila preguntó:


—¿Qué te trae por aquí?


Ella respiró hondo antes de responder:


—Necesito tu ayuda. Estoy desesperada.


El ermitaño resopló un poco, como si hubiera escuchado esa frase mil veces.


—Todos quieren remedios rápidos —murmuró—. Pero dime, ¿qué ocurre realmente?


Yun Ok juntó sus manos con nerviosismo.


—Es mi esposo… Antes de ir a la guerra era alegre y tierno. Pero desde que volvió, parece un hombre distinto. Apenas habla, se irrita con facilidad y a veces se queda sentado mirando las montañas sin decir una sola palabra. No sé cómo ayudarlo. Solo quiero que vuelva a sentirse bien, que vuelva a ser él.


El sabio guardó silencio largo rato. Luego dijo:


—Puedo ayudarte. Vuelve en tres días y te diré lo que necesitas.


Tres días después, Yun Ok regresó, esperanzada. El sabio levantó finalmente la vista y anunció:


—Haré tu poción. Pero necesito un ingrediente especial… el bigote de un tigre vivo.


Yun Ok abrió los ojos sorprendida.


—¿Un tigre? ¿Cómo voy a lograr algo así?


—Si es importante para ti —respondió el sabio con serenidad—, encontrarás la manera.


Aunque asustada, Yun Ok decidió intentarlo. Esa misma noche, mientras su esposo dormía, preparó un plato de arroz con salsa y lo llevó a la montaña donde sabía que vivía un tigre. No se acercó demasiado; dejó el cuenco sobre una roca, llamó al tigre con voz suave y esperó.


Nadie apareció.


La noche siguiente volvió. Esta vez avanzó tres pasos más. Dejó otro plato. Esperó. El viento soplaba, las hojas crujían, pero el tigre no salió.


Así pasaron los días. Luego las semanas. Yun Ok iba siempre con paciencia, moviéndose un poquito más cerca de la cueva. Con el tiempo, el tigre comenzó a asomarse, primero a lo lejos, luego unos metros más cerca. La joven hablaba con tono tranquilo, como quien conversa con un amigo tímido:


—No te haré daño. Solo quiero que estés bien.


Un mes después, el tigre aceptó comer frente a ella. Levantaba la cabeza para mirarla, como comprobando si era de fiar. Sus ojos dorados brillaban a la luz de la luna.


Pasaron más semanas. El tigre ya la esperaba cada noche. Incluso movía la cola lentamente cuando la veía llegar, como si estuviera contento. Yun Ok empezó a acariciar su cabeza con cuidado, sintiendo en sus dedos la suavidad cálida del animal.


Después de casi seis meses, una noche en la que el cielo estaba lleno de estrellas, Yun Ok respiró profundamente y le dijo:


—Querido tigre, necesito pedirte algo… solo un bigote. No quiero lastimarte.


Con mucho respeto y delicadeza, tomó uno de los largos bigotes del tigre. El animal parpadeó, tranquilo, como si entendiera que no había mala intención.


Yun Ok bajó corriendo la montaña, emocionada. Había logrado lo imposible.


A la mañana siguiente llegó a la casa del ermitaño.


—¡Aquí está! —exclamó—. Ahora podrás preparar la poción para ayudar a mi esposo.


El sabio tomó el bigote, lo observó y, sin decir una palabra, lo arrojó al fuego.


Yun Ok sintió que el corazón se le detenía.


—¡¿Qué hiciste?! ¡Me costó meses conseguirlo!


El ermitaño la miró con calma.


—Cuéntame cómo lo obtuviste.


Ella relató paso a paso su esfuerzo: la paciencia, el cuidado, la voz suave, las noches de caminar por la montaña, la confianza que creció poco a poco entre ella y el tigre.


Cuando terminó, el sabio dijo:


—Has logrado domar a un tigre con cariño, constancia y respeto. Ahora dime, ¿es tu esposo más feroz que un tigre?


La joven se quedó en silencio. Sintió que algo dentro de ella se aclaraba como el agua de un río tranquilo.


Comprendió entonces que no existía ninguna poción mágica. Lo que realmente necesitaba era aplicar esa misma paciencia, esa misma ternura y esa misma calma para acompañar a su esposo en su proceso de sanar.


Con una reverencia agradecida, Yun Ok emprendió el camino de regreso, llevando consigo la enseñanza más valiosa de su vida.


🌟 Y así termina nuestra historia...

 A veces, lo más poderoso no es la magia, sino la paciencia, el cariño y la capacidad de acompañar con calma a quienes amamos.


💬 Preguntas para conversar en familia:

1. ¿Qué emociones crees que sintió Yun Ok mientras intentaba hacerse amiga del tigre?


2. ¿Cómo crees que se sintió el tigre al ver que Yun Ok volvía noche tras noche?


3. ¿Qué consejo le darías al esposo de Yun Ok para sentirse mejor?