Simbad el MarinoAutor original: AnónimoAdaptado por Educrea Hace muchísimos años, en la luminosa ciudad de Bagdad, vivía un joven llamado Simbad. Todos lo conocían como Simbad el Cargador, porque su trabajo consistía en transportar pesados fardos por las calles. A veces suspiraba profundamente y murmuraba: —Ojalá mi vida fuera un poquito más ligera… Un día, mientras se lamentaba bajo el sol ardiente, una puerta elegante se abrió a su lado. Un criado salió y le pidió que entrara. Simbad, sorprendido, cruzó patios llenos de flores y fuentes de agua hasta llegar a una gran sala iluminada por lámparas doradas. En el centro había una mesa repleta de frutas jugosas, panes esponjosos y platos deliciosos. A su alrededor, varias personas conversaban animadamente. Entre ellas destacó un anciano de mirada cálida, quien le sonrió y dijo: —Bienvenido. Me llamo Simbad el Marino. Al escucharte afuera, recordé mis propios comienzos… porque yo también conocí la pobreza y el cansancio. Siéntate. Quiero contarte mis viajes. El joven abrió los ojos con asombro. El anciano acomodó su túnica y comenzó a relatar. —Mi vida también cambió de un día para otro —comenzó el marinero—.Después de gastar la fortuna que heredé de mi padre, me quedé sin nada. Decidí embarcarme con unos mercaderes para trabajar. Viajamos semanas enteras hasta llegar a una isla que parecía tranquila. Pero, apenas bajamos, el suelo empezó a moverse como si respirara… Era una enorme ballena dormida. — La ballena se sumergió de golpe y el barco se alejó sin verme. Solo me quedó una tabla para mantenerme a flote. Me dejé llevar por las olas hasta llegar a una playa llena de palmeras altas que parecían saludarme con sus hojas. Con ayuda de un barco que pasó por allí, regresé a Bagdad. El anciano hizo una pausa y le entregó a Simbad el Cargador una bolsa con cien monedas de oro. —Vuelve mañana —le dijo con amabilidad—.Aún me quedan muchas historias. Al día siguiente, el joven regresó emocionado. —Esta vez —continuó el marino— nos detuvimos en un valle profundo donde brillaban miles de diamantes. Parecían pequeñas estrellas caídas del cielo. Pero era peligroso bajar: solo algunas aves podían entrar y salir. Para escapar, seguí una antigua idea que los mercaderes conocían. Me até un trozo de carne a la espalda, y un águila gigante me levantó suavemente pensando que era su alimento. Así, sin proponérselo, me salvó. De vuelta a Bagdad, recibí nuevas monedas y la invitación para volver al día siguiente. —Una tormenta nos llevó a una isla donde vivían pequeños enanos —continuó el anciano—. Aunque parecían amistosos, nos llevaron ante un gigante de un solo ojo. Era enorme, pero nosotros, con valentía y cuidado, escapamos durante la noche. Navegamos días enteros antes de ver la costa nuevamente. Cada relato estaba lleno de emociones: sorpresa, miedo, valentía, esperanza. El joven escuchaba sin pestañear. —En otro viaje —prosiguió— naufragué una vez más. Llegué a un reino donde sus habitantes eran muy distintos a nosotros. El rey me recibió y me casé con su hija, una mujer dulce y amable. Pero, tras su partida, la ley del lugar decía que el esposo debía seguirla en su descanso eterno. Yo estaba muy triste y temeroso. —Por suerte, logré escapar sin lastimar a nadie y tras un largo camino, regresé a mi hogar. —En mi último viaje —contó Simbad— trabajé junto a un hombre que cuidaba a los elefantes de una gran selva. Mi tarea era ayudarlo a observarlos desde lejos, siempre con respeto, porque eran animales muy inteligentes y sensibles. Un día, mientras caminaba entre los árboles, un elefante apareció de repente y yo, asustado, intenté subir a un tronco. Pero el árbol se movió tanto que caí sobre el lomo del animal. Para mi sorpresa, el elefante no me hizo daño. Caminó con calma, como si quisiera mostrarme algo. Así llegamos a un valle silencioso y hermoso. Era un lugar especial donde los elefantes más viejos descansaban cuando ya no podían seguir viajando con su grupo. Allí todo era tranquilo, como si la naturaleza hablara en susurros. Cuando regresé junto a mi jefe, le conté lo que había visto. Él me agradeció profundamente, porque aquel era un sitio sagrado que debía cuidarse. Con cariño, me dio algunos regalos sencillos y me permitió volver a Bagdad. Y así terminó mi vida como viajero: con un corazón lleno de aprendizaje y respeto por los animales. 🌟 Y así termina nuestra historia... A veces, las experiencias de la vida nos muestran que la verdadera riqueza no está solo en lo que ganamos, sino en lo que aprendemos y en las personas que encontramos en el camino. 💬 Preguntas para conversar en familia: 1. ¿Qué parte de la historia te hizo sentir más curiosidad o sorpresa? 2. Si pudieras acompañar a Simbad en uno de sus viajes, ¿Cuál elegirías y por qué? 3. ¿Qué crees que significa “ser rico” más allá del dinero? |
