Pulgarcito

Autor original: Hermanos Grimm

Adaptado por Educrea                                  


Érase una vez un matrimonio de campesinos que vivía en una casita modesta al borde del bosque. Todas las noches, cuando el padre avivaba el fuego y la madre hilaba en silencio, compartían el mismo deseo:

—Ojalá tuviéramos un hijo —decía él con voz suave—. Esta casa sería más alegre.

—Aunque fuera tan pequeñito como un dedo —añadía ella con ternura— lo querríamos igual con todo el corazón.

Un día, casi como un regalo misterioso, su deseo se hizo realidad: nació un bebé diminuto, perfecto en todo sentido, pero no más grande que un pulgar. Lo llamaron Pulgarcito, y desde ese momento se convirtió en su mayor alegría. Aunque no crecía, sí lo hacía su ingenio: era rápido, despierto, valiente y tenía una curiosidad enorme por el mundo.

Una mañana, el padre se preparaba para ir al bosque a buscar leña.

—Si al menos alguien pudiera traerme el carro cuando lo necesite… —murmuró.

—¡Yo puedo hacerlo! —dijo Pulgarcito desde la mesa, con una sonrisa luminosa.

El padre se rió, no por burla, sino por cariño.

—¿Cómo vas a llevar tú las riendas del caballo, pequeño?

—Fácil, mamá me pone sobre su oreja y yo le voy diciendo el camino.

Era tan decidido que el padre aceptó. Y sorprendentemente, todo salió bien. El caballo obedeció la diminuta voz de Pulgarcito, que gritaba “¡Arre!” con entusiasmo. El carro avanzó recto por el camino, como si fuera guiado por un experto cochero.

Pero mientras doblaban una curva, aparecieron dos hombres que se quedaron boquiabiertos.

—¿Quién conduce ese caballo? —preguntó uno, intrigado.

—No lo sé… ¡Pero quiero averiguarlo! —dijo el otro.

Cuando vieron a Pulgarcito sobre la oreja del animal, quedaron asombrados. Pensaron que un niño tan extraordinario podría ser famoso en las ciudades. Se acercaron al padre y le ofrecieron comprarlo.

—No lo vendería por nada del mundo —respondió el campesino, firme.

Pero Pulgarcito le susurró al oído:

—Padre, déjame ir. Prometo volver contigo.

Con un corazón apretado, el padre aceptó. Los hombres lo colocaron sobre el ala de su sombrero y emprendieron el viaje.

Cuando cayó la noche y el camino empezó a oscurecer, Pulgarcito sintió que necesitaba bajarse del sombrero. Con una vocecita un poco apurada dijo:

—Disculpen, amigos… ¿me pueden dejar en el suelo un momento?

El hombre que lo llevaba alzó el sombrero con cuidado.

—Está bien, pequeño. Pero no tardes.

Pulgarcito tocó el suelo, se estiró como quien disfruta ser libre unos segundos y corrió entre unos terrones de tierra. Sin embargo, cuando los hombres quisieron volver a tomarlo… ya no lo encontraron. El pequeño había sido más rápido y se había escondido en la entrada suave y tibia de una madriguera de ratón.

—¡Gracias por el viaje! —les gritó desde la oscuridad, con un tono travieso.

Los hombres buscaron un rato, pero al no hallarlo, decidieron volver por donde habían venido. Pulgarcito esperó hasta que sus pasos se alejaron y salió con un suspiro de alivio.

—Uf, que aventura… Será mejor buscar un lugar cómodo para dormir.

En eso encontró una concha de caracol vacía, limpia y redonda como una casita diminuta. Sonrió.

—Perfecto para mí —dijo, acurrucándose allí.

Cerró los ojos, pero antes de dormirse escuchó voces. Dos hombres caminaban cerca, conversando en voz baja sobre cómo entrar a la casa del párroco para llevarse objetos de valor. Pulgarcito sintió una mezcla de sorpresa y preocupación. Él sabía que eso no estaba bien, pero también sabía que podía impedirlo.

—Puedo ayudarlos —dijo de pronto, dejando salir solo la parte de su cuerpo que se veía desde la concha.

Los hombres se sobresaltaron.

—¿Quién habló? —preguntó uno, temblando un poco.

—Soy yo, aquí abajo —dijo Pulgarcito—. Si quieren saber lo que sé, deben escucharme bien.

Los ladrones lo levantaron con cuidado, y cuando escucharon su idea, pensaron que podría entrar por un hueco entre los barrotes del ventanal. Lo llevaron a la casa parroquial, pero apenas Pulgarcito entró al cuarto, comenzó a hablar en voz alta para llamar la atención:

—¿Quieren que les entregue todo lo que hay aquí?

Los ladrones, nerviosos, le susurraban desde afuera:

—¡Baja la voz! ¡Nos pueden oír!

Pero Pulgarcito siguió hablando fuerte, como quien llama a un adulto para pedir ayuda. Tanto ruido hizo, que la cocinera se despertó, encendió una lámpara y caminó hacia la cocina mirando en todas direcciones. Al ver la luz, los ladrones huyeron despavoridos.

Pulgarcito aprovechó y se escondió en el granero sobre una cama de paja. Ahí, entre el olor a heno fresco, por fin se durmió profundamente.

Al amanecer, la muchacha del establo entró a buscar un brazo de heno para alimentar al ganado. Sin darse cuenta, tomó justo el manojo donde Pulgarcito estaba durmiendo. El pequeño cayó, suave como una pluma, sobre el lomo de una vaca que comía tranquilamente.

—¡Oh! ¿Dónde estoy ahora? —dijo sorprendido mientras se deslizaba hacia un espacio blandito y tibio, que no era peligroso, pero sí muy incómodo.

La muchacha escuchó una voz desconocida y, asustada, corrió a llamar al párroco. Entre ambos observaron atentamente a la vaca, que seguía tranquila, como si nada extraño pasara.

—Creo que he imaginado cosas —dijo la muchacha, llevándose la mano al pecho.

El párroco sonrió con calma.

—A veces el cansancio nos juega bromas.

Llevaron a la vaca al corral y, con paciencia, comenzaron a darle agua y masajearla para ayudarla a sentirse mejor. Con ese movimiento suave y constante, Pulgarcito encontró una salida por un costado y cayó sobre un montón de paja.

—¡Al fin! —dijo, respirando aire fresco.

Pero justo en ese momento, un lobo joven y delgado que pasaba por allí lo olió y se acercó curioso. No tenía un aspecto feroz; más bien parecía cansado y hambriento. Antes de que Pulgarcito pudiera reaccionar, el lobo lo tomó con delicadeza entre su hocico, pensando que tal vez era un fruto caído.

—¡Eh, con cuidado! —dijo Pulgarcito desde dentro, con una mezcla de susto y decisión.

El lobo abrió un poco la boca, sorprendido de que su “bocado” hablara.

—Lo siento… no sabía que eras una persona. —Su voz era suave y algo avergonzada.

Pulgarcito pensó rápido. Si quería volver con sus padres, necesitaba convencer al lobo de llevarlo hasta allí.

—Te propongo algo —le dijo —. Conozco un lugar donde hay comida de verdad, y no personas ni cosas raras como yo. Mis padres tienen una despensa con alimentos sabrosos. Podrías pedirles un poco… pero tienes que seguir mis instrucciones.

El lobo aceptó. Caminó hasta la casita del campesino y se quedó cerca, sin entrar. Pulgarcito empezó a moverse y a llamar a sus padres:

—¡Papá! ¡Mamá! ¡Estoy aquí afuera!

Los padres escucharon la vocecita y salieron de inmediato. Al ver al lobo, se asustaron un poco, pero notaron que no tenía actitud agresiva. El animal dio un paso atrás para mostrar que no quería hacer daño.

—Su hijo está… conmigo —parecía decir con sus ojos tranquilos.

Entonces Pulgarcito salió entre los dientes del lobo, ileso, despeinado y emocionado. Sus padres lo abrazaron con tanta fuerza que casi lo esconden entre sus manos.

—¡Qué susto nos diste! —dijo la madre con lágrimas de alivio.

—Prometo que no me alejaré sin decirles —respondió Pulgarcito mientras el padre lo apretaba contra su pecho.

Antes de entrar a casa, Pulgarcito se dio vuelta hacia el lobo.

—Gracias por traerme. Aquí tienes comida fresca —dijo, señalando un recipiente que los padres dejaron afuera como gesto amable.

El lobo tomó un poco, movió la cola y se perdió entre los árboles, tranquilo y satisfecho.

Esa noche, ya a salvo, Pulgarcito se quedó dormido en su camita hecha a medida. Sus padres lo miraban con ternura, agradecidos de tenerlo de vuelta.

—Nuestro pequeño puede vivir grandes aventuras —dijo el padre.

—Sí —respondió la madre—, pero lo mejor es que siempre vuelve a casa.

Y esa noche, en la casita junto al bosque, se durmieron los tres con el corazón lleno de amor.


🌟 Y así termina nuestra historia...

La valentía no depende del tamaño del cuerpo, sino del tamaño del corazón.


💬 Preguntas para conversar en familia:

1. ¿Qué parte de la aventura de Pulgarcito te pareció más sorprendente y por qué?


2. Si tú fueras Pulgarcito, ¿qué le pedirías a tus padres después de volver a casa?


3. Para ti, ¿en qué parte de la historia, Pulgarcito fue más valiente?